sábado, 3 de agosto de 2013

Cuachuchitos cachorros II

Les dije que esta semana les contaría más sobre crianza de mis Cuachuchitos.  

Darles de comer a Mimo (vive con Cocky, su papá de sangre y su linda familia) y a Nova (a quien desde su primer día yo sabía que se quedaría en casa), era lo más tranquilo y dulce que uno podía realizar, tomaban su biberón como buenos cachorros, les sacaba el aire y los limpiaba, luego ellos seguían durmiendo.  Eran esas escenas de película, la experiencia  positiva total. 

Mi fallecido y amado Perseo, en cambio, había que despertarlo para que comiera, aún así prefería dormir y mejor si podía hacerlo entre la barba de mi esposo.  La primera vez que lo hizo pensé que se enfermaría, cada comida cuenta para un cachorro en especial cuando no está siendo alimentado por su madre natural.  No teníamos pensado quedarnos con todos y menos con los machos pero Persy escogió a mi esposo como su padre, como la compañía que deseaba para toda la vida y así fue.  Durante su vida fue un perro feliz, confidente y seguidor de Rk; si yo lo regañaba era como gritarle al viento y si me miraba enojada en verdad se iba a buscar a su papá y estoy segura que me sacaba la lengua.  Pero volviendo al relato, no, él no se enfermó y mientras lo alimentara Rk, Perseo no se perdió de otra comida.

Con Keyla la historia era otra.  Era la cachorra más loca que he visto para comer, me arañaba toda para agarrar la pacha.  Succionaba tan fuerte que movía el mamón y se regaba la leche, y si le hubiera dado más de lo que debía seguro se la toma para luego enfermarse.  El primer mes fue la más grande de la camada, muy activa y fuerte, me dio más trabajo que los demás. Pero por lo mismo no es fácil de olvidar cada momento que la alimenté.  Ahora es tan tranquila que no parece la misma cachorra, aunque con lo que respecta a comida de premio sigue siendo voraz. 

A Gecko, lo dejaba de último.  Era el más pequeño de todos, frágil es la palabra correcta para definirlo, y él sí se enfermó apenas entrando en la segunda semana bajo mis cuidados.  Esa vez, luego de limpiarlo, observé que no había evacuado; llamé al doctor y me dijo que lo observara durante ese día.  Una pacha más y nada, llamé de nuevo al doctor y le recetó una medicina de humanos, no funcionó.  En la noche una tercera pacha y el estómago de mi chiquito estaba inflamado, se notaba que el perrito estaba mal, que estaba estreñido.  Llamé de nuevo a la veterinaria para saber si me lo recibían a esa hora, mi médico fue sincero al decirme que sí lo podía llevar pero que el tratamiento básicamente sería el mismo que había recetado.  Luego me dijo:

—Recuerde que en las camadas no siempre se logran todos y siempre es el más pequeño el que no sobrevive, ese cachorro es muy pequeño en comparación de los demás y además tenemos que tomar en cuenta que no está siendo criado de forma natural, o sea con la madre.  Tráigalo o siga dándole la medicina y esperemos lo mejor para él.

Lo que él doctor decía es real, es parte de la naturaleza, me dolía mucho pensar que mi Geckito era la estadística.   Tanto esfuerzo y tratar de hacer lo mejor para ellos y yo había  fallado con ese cachorro.   Le di otra dosis de medicamento y lo coloqué en el nido, arrancamos el carro con Rk y fuimos a la farmacia en la que siempre comprábamos sin tener la menor idea de a qué íbamos.   Los que atendían eran dos hermanos, cordiales y dispuestos a ayudar; les contamos el caso y aunque ellos no sabían nada de curas para perros dijeron que la medicina que se le estaba dando era la que le daban a los niños en esos casos. 

Yo estaba desesperada, no sabía que más hacer, de repente mi cerebro se iluminó para hacer las preguntas correctas:

—¿Y qué le dan a los bebés? ¿Qué es lo usual que las mamás o las abuelitas les dan a los niños? ¿Tal vez que sea natural?

—¡Jugo de ciruela o el agua de ciruelas cocidas! —respondieron.

Ellos no tenían y de inmediato fuimos a conseguir tanto jugo como ciruelas.  Ya en casa me decidí por hervir las ciruelas, considerando que si no funcionaba usaría el jugo.   Esperé unos minutos a que el té se enfriara y le di a Gecko unas cucharadas.  El pobre tenía la pancita morada, consideré que no le quedaba mucho tiempo.  El agua de ciruela funcionó en pocos minutos y a mi perrito le regresó su color.  Le di un día más una cucharada del milagroso té para que su organismo se recobrara del todo y en 24 horas parecía que el cachorro nunca se había enfermado.

Mi Gecko ya no se convirtió en una estadística, pero ahora es un ejemplo de que no siempre debemos darnos por vencidos cuando nos digan que lo que sucede es lo normal.  Podemos cambiar la historia o al menos tratar, y aquí está él a mis pies mientras escribo.

Parece que fue ayer que mis cachorros cabían en mi mano.  Crecen rápido y si uno no presta atención se pierden momentos increíbles.  Cuando los comencé a llevar al jardín usaba una canasta que aún tengo como recuerdo en una mesa.   La veo y me lleva a esos momentos en que podía transportarlos a todos y por lo que me era más sencillo protegerlos.  También me recuerda el día que mientras la cargaba sentí que se tambaleaba porque ellos ya no se quedaban quietos, y entendí que una etapa terminaba y comenzaba otra.  


Mis chiquitos de un mes y tres días. La última vez que usé la canasta.


Gecko de un mes y medio, alimentado por Rk. 


Hasta la próxima
Nova A.S.G.

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