sábado, 30 de octubre de 2010

Los perros de la dulcería

Quienes transitan hacia Boca del Monte, conocen la dulcería. Sí, la que queda sobre la Avenida Hincapié, tres cuadras abajo de la entrada a Santa Fe.  En el terreno, justo ahí, hace un par de años, con mi esposo, vimos a una perra.  Tratamos de agarrarla pero se escapó hacia el barranco.
Ahora son varios perros los que salen de ese lugar.  Son perros callejeros, desconfiados de las personas, aunque aceptan alimento de lejos.   Algunos, buscan sobras de las carretas enfrente del Ifes y los domingos en la plaza Berlín.  Entre ellos, Hay un macho, mejor alimentado que las hembras, he notado que es posesivo de la comida, razón segura, por la que las otras están flacas.  Prosigo.

Una de las hembras, estaba embarazada hace algunos meses.  Después, calculando el tiempo, no vi a los cachorros y con dolor asumí que no sobrevivieron, aunque, con la vida que les tocaba, fue lo mejor que la naturaleza les pudo brindar.   Un par de semanas atrás, vi de nuevo a la perra con cuerpo de estar criando. ‹‹Otra vez ¡¿Tan pronto?!›› Pensé, sin recordar lo rápido que pasa el tiempo.  
Mi esposo me contó el miércoles que vio a un cachorro, ahí mismo, asomándose entre el monte.  Me preocupé.
Hoy lo vi yo.  Es hembra, no más de dos meses, con su pancita redonda de parásitos.   Seguía a otra perra joven, que, por lo que imagino es la hermana (a esta, se le nota que no ha entrado en celo).  Lo más probable, sobreviviente de la camada anterior.   Me detuve, y fui por una, la que fuera.   Regresé sin ninguna.
La cachorra, color negro con café, igual que la madre y arisca por completo, salió corriendo hacia el monte, no me dio la oportunidad de acercarme ni cinco metros.   La joven, color amarillo, me movió la cola.  Me acerqué un poco más, pero se escapó hacia la calle.   No continúe.  ‹‹Una camioneta o un carro en esta curva, es demasiado arriesgado›› pensé. 
Por la misma razón, no he podido rescatar a alguno de ellos antes y creo que seguirá así.  Si al menos pudiera inyectar a las hembras con anticonceptivos caninos.  Sé que no es la mejor solución, pero de todos los males, el menor.  
Por espacio, no tengo idea que hubiera hecho si agarro a alguna, al momento ni siquiera cuento con el lugar provisional que a veces uso, pero eso lo recordé hasta que ya venía lamentándome de no poderlas ayudar.

Y entonces: ¿Quién se anima? A tener una cachorra para domarla con amor o a rescatar una joven perra de la que podrán decir: ‹‹Es muy perspicaz, además, se le nota que por ahí tiene sangre de Labrador.›› 

viernes, 22 de octubre de 2010

El chucherío

Consentida regresó a mi lado, cuando más la necesité.   La muerte inesperada de mi abuelita, no dejó opción. 
Estaba tan distraída con la tristeza, que ni siquiera me dio tiempo pensar en los posibles altercados con los perros que vivían en la granja.  Quince canes, la mayoría eran perros grandes (seudo Gran Danés, seudo labrador y seudo Pastor Alemán y una Shelty que no sé cómo fue a parar ahí), más los cinco que ya estaban previo a nuestra llegada.  

No sé si sería porque todos estaban operados o intuyeron lo importante que era Cony para mi (tal vez ambos) pero aceptaron a la Cocker de inmediato.   De hecho, sin líos ni esfuerzo por parte de ella, observé que le habían dado el rango de perra líder.  Cuando salíamos a embarrancarnos, Consentida lideraba y los demás la seguíamos. 
Los tacones y maquillaje, propios de la edad, fueron cambiados por botas y sudor. Yo era una más del grupo, saltando, enlodándome, divirtiéndome como nunca.  Esas tardes que compartí con mi amado chucherío no las cambiaría por nada.

Gracias chicos, por dejarme buenos recuerdos. Duque, Yeica, Duquesa, Apache, Condesa, Muñeca, Conde, Lucky… y a todos los demás, gracias por aceptar a mi Consentida y por enseñarme la camaradería canina.

sábado, 16 de octubre de 2010

La repuesta: Priscy y Montúfar

Esta semana me llegó un email con la pregunta: ¿Y que pasó con las perras? Priscy y Montúfar
Así que en lugar de desempolvar mi cerebro y pensar en el tema de hoy, contaré el resumen de las dos. Aunque ya había escrito el resultado de la perra pequeña, aquí va de nuevo.

A Priscy, la entregamos a la familia Lux.  Sus primeros días, me contaron, fueron difíciles. Estaba triste e incómoda de compartir su nuevo hogar con la perra que ellos ya tenían. Por lo mismo, con mi esposo pensamos que la tendríamos de regreso.  Estábamos dispuestos a quedárnosla, a pesar de los cinco que ya tenemos.  Muchas personas dicen: ‹‹Sí, yo me quedo con el perro.›› Luego del primer problema se arrepienten.  Este no fue el caso.   Escogimos a la familia correcta, ellos, incluyendo a la compañera canina, pusieron todo de su parte para que se acomodara.   
¡Lo lograron! Ahora la llaman Panchita y está feliz. Juega con los niños y con la otra perrita.   El tiempo de espera para que fuera reclamada expiró.   Nadie lo hizo, lo que me deja con la duda: ¿Por qué?   Estaba cuidada y era muy correcta en su comportamiento.   Sea como sea, ella está bien; tiene amor, alimento, refugio y compañía.
 
(Priscy antes y después del baño)

Con Montúfar, la situación fue un poco más complicada, por el tamaño y su salud.

Cuando la subimos al carro, no noté que sus facciones eran bonitas.  Sólo miraba lo flaca que estaba, hasta que mi esposo me enseñó las fotos con las que realizó los volantes, para la búsqueda del “dueño”.   Apareciera o no, nos habíamos responsabilizado por ella y por eso antes de operarla, tuvimos que subirla de peso.   Estaba desnutrida y sus pechos demostraban que había amamantado a muchos cachorros, con seguridad en todos sus periodos de celo.  
Por si tenía o para evitar que le diera anemia, el veterinario nos ordenó darle un medicamento durante una semana previo a la operación.  Aún así, su recuperación luego de la esterilización fue lenta.   Antibióticos, suero oral, sopas e Incaparina se le brindaron junto con caricias y ruegos para que comiera.   
Todo esto fue durante los días de mayor lluvia.  Así que estaba la preocupación de que la casa canina de invitados no sería suficiente resguardo, con grandes bolsas plásticas armamos un techo provisional sobre esta.  Todo salió bien.   La cubierta soportó y la perra recobró la salud.   

Pensé que la parte difícil había pasado: gastos y cuidados extras.   Pero cuando Montúfar se sintió bien fue cuando me dio más trabajo.   A ella le gusta hablar o sea ladrar.  No es una perra loca que se quede ladrando todo el tiempo. Lo hace para dirigirse a uno, para responder cuando uno la mima y para expresar que está aburrida.   Y por supuesto su tamaño requería más atención.  Acostumbrada a vagar, necesitaba mucho espacio para ejercitarse.   Ya le había encontrado hogar y en cuanto se repuso, la llevamos.   Empezaba a ponerse tensa, agresiva por el confinamiento.   Estaba enérgica por la alimentación y aquí en casa, no había donde diera rienda suelta a sus juegos.

En la casa en donde está tiene espacio, pero todavía tiene la necesidad de correr.  Se le escapó al señor pocos días después que la llevamos.   La dimos por perdida porque se supo que alguien la agarró y no la devolvió de inmediato.  Nos dolió mucho pensar que luego de lo que le ha tocado vivir, terminaría encadenada y descuidada.   Recé por ella, no podía hacer más.  
La entregaron unos días después, el rumor en el pueblo de la perra perdida y el enojo de quien la perdió se agrandó y para evitar problemas, la devolvieron.

Hoy hablé con el señor, me contó que la perra escapó de nuevo.  —Me la volvió a hacer —me dijo— pero como ya saben quién es, rapidito la encontré.  Ya di por caminarla. Con dos kilómetros diarios la canso. Pero no me importa, es linda la perra —expresó por teléfono, con voz de rendición.   
Sé que no es descuido porque Montúfar es impulsiva y engañosa, trató de hacerlo aquí.  Espero que se calme, para que no sufra un percance.

Hasta aquí el resultado de estas dos canes especiales.   Mi esposo y yo hemos apenas colaborado con un granito de arena.    Y como lo escribí con anterioridad, extraño a las dos: La dulzura de la que para mi será siempre Priscy y a Montúfar con su voz ronca, exigiendo correr mientras su cola latigueaba mis piernas.

 (El primer día y el día que iba para su nuevo hogar)

viernes, 8 de octubre de 2010

Tigre Fiestero

Nos mudamos a una granja, y por falta de cercas, para que no se perdiera, Consentida se quedó viviendo con mi abuelita.   Las visitaba seguido, pero igual me hacían falta las dos.
El lugar no era cómodo, o bonito, pero lo bueno de la adolescencia es que entre los estudios y sin las preocupaciones de adulto, uno encuentra como pasarla bien con lo que le gusta, y en este caso fue compartir el espacio con caninos.

Había en la granja varios perros de los trabajadores, o al menos eso pensé por algunas semanas.  Cuando preguntaba: ¿Y ese, de quién es?  No recibía respuestas concretas, pero no presté atención, luego supe que eran perros que se quedaban ahí a falta de tener un hogar.
Nadie decía nada al principio, se preocupaban porque se les sacara a la calle.  Por supuesto eso no pasó, y entre el pedido de concentrado para pollos, se agregó comida para perros (aparte que se ganaron la castración sin solicitarlo).  

El perro que más cariño me hacía, era flaco como un galgo, con una oreja parada y la otra caída, color café con rayas oscuras.  Al saludar, lo hacía tan exagerado que lo llamé Fiestero.  Para cuando supe que lo llamaban Tigre (más apropiado por sus colores) era demasiado tarde, yo ya no me acostumbré. 
Fiestero se convirtió en mi sombra de inmediato y los demás perros alrededor pronto se sumaron al séquito.   Llegó un momento en que me daba vergüenza, no por la variedad de formas de los perros (a ninguno se le adivinaba una raza) si no por la cantidad que me rodeaba. 

Algunas veces me tocó ir en autobús extra-urbano al colegio.  Para tomarlo tenía que caminar un kilómetro hacia la carretera principal.   Dejando a un lado mis quejas por el hedor de axilas o por lo apretados que los usuarios íbamos (sentados o parados), mi preocupación era Fiestero.   Él me llevaba a la parada y luego regresaba a la granja.  Yo lo regañaba, amenazaba, ignoraba; pero el perro sentía la responsabilidad de acompañarme.   Se le encadenó, se le encerró, pero nada lo detuvo.

Una vez en una cuadra un perro grande, nos amenazó.   Fiestero, tranquilo, siguió a mi lado mientras nos alejábamos.  Toda esa semana me tocaría ir en bus y apenas era lunes.  El martes, la misma historia, pero otro perro  se unía a nuestro agresor.  Igual el día siguiente, sólo que está vez, al ser tres los bravucones se nos acercaron más.   Sabía que no debía correr y mientras pudiera ser el escudo de Fiestero, no me importaba.
Qué hacía él, cuando regresaba sólo. No lo sé, nunca lo vi golpeado. 

La situación se ponía difícil y no podía cambiar el recorrido.   Estaba en parciales y tenía que asistir al colegio.   El jueves tomé mi bolsón y me escabullí del perro.
Satisfecha iba, porqué él se había quedado, cuando escuché patas en la tierra.   Era Fiestero corriendo para alcanzarme, pero no estaba sólo.  Por primera vez, los demás perros que se habían regalado en la granja lo seguían, Negra, Canelo, Negro y Mocho (los que eran de los trabajadores no asistieron).
La cuadra de los abusones era la siguiente.  Traté de que se regresaran, pero ellos adelantaron su paso.   Entonces intenté alcanzarlos.   ¡Los dos grupos caninos ya se enfrentaban! No de manera física, sino con ladridos, amenazando con posturas y gruñidos.  No pasó a más, el alborotador inicial se hizo para atrás y sus amigos lo siguieron.   Fue la última vez que nos amenazaron.  
Al regresar de los estudios, todos los perros estaban en casa, se les notaba una mirada triunfal.   Pero la verdad tuvimos suerte, buena y mucha. 
Leo lo que escribo y yo misma no puedo creer lo que pasó.  Reviso la anécdota, para quitar cualquier exageración y me doy cuenta que en todo caso omití describir el miedo que tuve.
El grupo de perros, murió con los años por vejez.   Me enseñaron mucho y gracias a ellos logré adaptarme a un lugar en el que no deseaba vivir. 

Siempre recordaré que la tarde anterior al enfrentamiento, vi a Fiestero compartiendo más tiempo con los demás perros.  Casi diría que secreteaba.   ¿Cómo les dijo a los otros que quería ayuda?  ¿Hasta dónde llega la comunicación canina? 
Los amantes de los perros, por ser observadores de estos, siempre expresamos lo inteligentes que son, pero limitamos esa inteligencia a referencias humanas.  

viernes, 1 de octubre de 2010

Bob y Patri

Una noche, mientras buscábamos con mi esposo, a una perra pérdida que habíamos visto, resultó que unos guardias por ayudarnos encontraron a dos perros.   Nos los entregaron.  La otra opción era dejarlos donde estaban.  No notamos lo mal que estaban hasta la mañana siguiente.   Aún nos impresiona pensar que fueron abandonados o dados por perdidos sin intentar encontrarlos.
Fueron adoptados por Arlen Palacios, dos semanas después del rescate y fueron entregados luego de ser castrados gracias al apoyo de Amigos de los Animales (AMA). 

Por el aniversario del rescate de Bob Esponja y Patric el día 25 de septiembre del 2,009, he decidido (con las correcciones que mi amigo Byron P. con amabilidad me indicó) publicar la anécdota que escribí en ese momento. 


¿Y la humanidad?

‹‹Estos perros alguna vez fueron mascotas››, pienso al verlos caminar, junto a quienes los encontraron.   Me dan el lazo que jala al que considero más viejo.  No es que él no quiera seguirnos, es que se nota que está lastimado y su edad no le ayuda.  El otro, el cabezón de pelo blanco, no está amarrado; se acerca hacia mí moviendo su cola, y me sigue sin dudar.  En realidad sigue a su amigo el Cocker veterano; está pendiente de él, lo espera, lo huele y lo anima, empujándolo en las orejas cuando se detiene. 
Interrumpo la caminata, los veo a los ojos y ellos a los míos; me lleno de tristeza al imaginarme cuánto tiempo estuvieron abandonados, el hambre, el frío, ¿tuvieron miedo?  La madriguera a la orilla del río, donde dormían ¿Ellos la hicieron? ¿O la encontraron?
Necesito oxigeno.

La mirada de los perros me enternece y calma. Es como si ellos me preguntaran:
—¿Qué? ¿Proseguimos?
—Sigamos —les digo en voz alta—, pronto llegaremos, tendrán comida y agua fresca.
Al menos este par de perros, esta noche estará a salvo.
—Duerman tranquilos. —Me despido.

El malhumor me acompaña, sé que lo hará todo el día y más allá, hasta que encuentre una solución.  ¿Qué haré con ellos?  Siempre es igual, desearía quedármelos todos, pero tengo que razonar y dejar los sentimientos a un lado.  La pareja de canes al acercarme hacia ellos mueven la cola. Percibo agradecimiento hasta que me ven con guantes y jabón, adivinan el baño.  Comienzo a limpiar el área. Pulgas y garrapatas muertas, desparramadas en el suelo.  Luego la respuesta a mi pregunta de qué comían: uno de los desechos esta formado de arena.
Me asqueo. No es el trabajo, es el porqué lo hago: por la gente descuidada, la maldad hacia los animales.  Regresa el desprecio hacia las personas, el que siempre trato de evitar.
Necesito oxigeno, más oxigeno.

El perro más joven cede su comida al otro y le limpia la cara. Se ayudan a secarse, comienzan a retozar.  Me mueven la cola y siguen jugando.  El enojo se va, me han conmovido.

Un día más que pasa, mañana comenzará otra semana. Me harta tener responsabilidades y más responsabilizarme por lo que otros debieron hacer.
Alimento de nuevo a los peludos, como les digo de cariño. Limpio, arreglo las cadenas con las que evito que se escapen, aunque no lo intentan.  Acomodo sus camas provisionales.  De nuevo corretean a mí alrededor, esquivan enredarse con las cadenas, me buscan las manos para que los acaricie, pasan sus rostros en mis piernas.
Me duele el alma, me duele saber el amor que necesitan. La suavidad con la que me serenan duele; reniego una vez más contra las personas.  Recuerdo las noticias de hace pocos días: “En Guatemala hay cinco perros por cada habitante.”  ‹‹Ignorantes, estúpidos››, grito en mi mente atormentada, al mismo momento leo en uno de los periódicos viejos que uso para los perros: “Niños mueren de hambre en Guatemala.”
‹‹Si no cuidan a sus propios hijos, no puedo esperar que hagan algo por los animales››, reflexiono, no obstante ya con resentimiento. Me sofoca la tristeza, me asfixia el desprecio, me estrangula el enojo.
Necesito oxigeno, más oxigeno, mucho oxigeno.
Observo de nuevo a los perros.  La expresión de su mirada, la dulzura, hay más humanidad en esos ojos que en mi o en muchas otras personas, al menos eso por ahora es suficiente para que yo vuelva a respirar.

Imágenes: http://www.guatepets.com/ByP.htm