viernes, 18 de enero de 2013

El dragón

Una sola vez me ha asustado un perro en serio, pero con el tamaño que tenía él y cómo lo conocí no es para menos.

Iba en mi bicicleta, pensando en naranjas y fresas (o sea nada en especial), llevándomelas de princesa, soñando despierta, jugando con mi imaginación.  Yo era un jinete  a la conquista de un reino.  La más veloz del mundo (pedaleando a velocidad de paseo).  Vuelta a una cuadra, vuelta en la otra.   De repente, por instinto subí el codo izquierdo y escuché dientes encontrándose, sentí la saliva salpicando.  Seguía pedaleando pero volví la vista hacia mi brazo sin sospechar siquiera que me encontraría con semejante rostro.

Un hermoso San Bernardo corría a mi lado y había tratado de agarrar mi brazo.  Con seguridad él jugaba, porque aceleré como si había visto al diablo y él sólo correteó un rato más.   De querer alcanzarme, yo no habría escapado ni con motocicleta porque el perro no necesitaba estirarse y no corría a toda velocidad como puede un can de su tamaño.
Alejada varios metros escuché que se despedía con un ronco ladrido, para entonces de verdad yo iba más veloz de lo que recién había imaginado hacer.

Días después vi que ese era el jueguito con los niños de su cuadra.   El perro escogía a uno para agarrarlo del suéter o camisa mientras iban en bicicleta y luego le tocaba el turno a otro niño.  Se escapaban, el perro corría babeando con la lengua de fuera y atrapaba.  Todos reían y seguían escapando.  Tal vez ellos también imaginaban al igual que yo, la conquista de un reino pero este era custodiado por un dragón.  El perro se prestaba y se notaba que se divertía tanto como sus amiguitos humanos.

Ojalá me hubieran avisado, porque por escapar por poco me mal mato por una piedra.

viernes, 11 de enero de 2013

Perras mentoladas

Trato de llevar las anécdotas cronológicamente, sin embargo algunas se me pasan así como sucedió con esta historia.
 
Fuimos a comprar gaseosas y golosinas con Rk a la gasolinera, no quedaba lejos pero era noche y para darles una vuelta nos llevamos a las perras.
De regreso, Consentida estaba acomodada en el sillón junto al freno de mano y Skippy  iba sentada en mis piernas. Para hacerles larga la salida mi novio dio un par de vueltas más a las cuadras y entonces comenzamos a sentir olor a menta.  Un poco primero y luego el aroma envolvió la cabina del pick up.  Nos agarró desprevenidos y pensamos que era en la calle y que se colaba por los ventiladores.
 
El intenso olor nos causaba curiosidad, Puka (Skippy) se agachaba para oler a su mamá, Rk me comentaba que seguramente alguna fábrica de dulces cercana preparaba la deliciosa mezcla y yo  preguntaba en dónde era ya que nunca antes se había sentido.  Cony (Consentida) seguía en la misma posición, muy tranquilita y callada. 
De repente se escuchó un crujido.  ¿Sería del carro? Nuestro primer instantáneo pensamiento que se desvanecía por el mentolado olor que se intensificaba. 
Todo fue en menos de tres segundos: sonido, ¿carro?, olor y caer en la cuenta de que Cony masticaba dulces encontrados y recién robados de la cajuelita cerca al freno de mano.
La muy mañosa sabía lo que hacía, y por eso el silencio, sin embargo por la emoción, la mordida la había delatado.  Al llegar a casa nos habríamos dado cuenta, pero aún así nos vio la cara por un buen rato. 
 
Regañamos a Cony, le quité de su alcance los dulces que quedaban y tan concentrada estaba en amonestarla verbalmente porque ya se había comido dos, según la evidencia de los envoltorios tirados, que no me fijé cuando Skippy me robó uno de los dulces, hasta que escuché la lucha que tenía con el papelito.  
 
Esa noche, mi pobre Puka se quedó con el antojo,  Consentida, regañada pero con el mejor de los alientos y nosotros (los racionales humanos) nos sentimos tontos, tantas conjeturas y pasar por alto lo obvio.

viernes, 4 de enero de 2013

El despertar

Este es un buen tema para que sea el primero del año. 
 
Skippy era… bueno era Skippy.  Ella no paraba nunca, hacía lo que quería y a su manera; pero como todo Cocker: enérgica y jovial.
Meses después que la mamá, Consentida, muriera, una noche llegó nuestro grupo de amigos.  Bromas, risas, plática amena; esas reuniones que se dan porque sí.   Puka (Skippy) adoraba esos momentos, ella creía que llegaban a visitarla y se sentaba junto a uno u otro para compartir con todos.   En ese entonces sólo teníamos a Skippy y a Musa, esta última era más tranquila y siempre encontraba al invitado ideal para reclamarlo como suyo hasta que se despidiera. 
 
Esa noche Puka, luego se juguetear con todos se sentó en mis piernas. No sé si sería que era tarde o fue que el silencio también llegó de visita por un minuto, pero a la media noche, la manecilla del segundero del reloj que siempre había estado en la misma pared, aunque suave se escuchó: tic, tic, tic.    Skippy notó por primera vez el reloj y sorprendida por su descubrimiento siguió la manecilla con la mirada.  
No sé cómo, por qué o de qué siquiera, pero podría jurar que en ese instante mi Cocker tuvo un despertar.
 
A partir de entonces mi perrita comenzó a observar cada detalle que había en la casa, adornos, cuadros y formas; prestaba atención a las acciones que uno realizaba y las consecuencias que estas generaban: botón en pared, luz prendida o apagada en el techo; botón en pequeño aparato de mueble, música; y todos esos pequeños detalles de la vida cotidiana que a uno no le importan.



Ella salía al jardín con cuidado, no con la misma despreocupación de antes, Puka ahora caminaba muy despacio para cruzar la grama y tomar el sol y así evitaba que los coronaditos se espantaran mientras estos descansaban en el arbusto de mirra.   Si acaso no había pájaros, se acercaba a las flores y las olfateaba con ternura.


 
De cuando en cuando miraba el reloj y observaba de nuevo las manecillas.   Se quedaba pensativa y cómo si ese movimiento le indicara algo, al terminar sus meditaciones corría a uno de nosotros para que la acariciáramos. 
 
Puka siguió siendo traviesa, pero parecía más feliz, como dispuesta a que cada tic del segundero le diera satisfacciones.   Así de fabulosa fue mi tremenda y romántica Skippy.