viernes, 31 de enero de 2014

Greka proper

Me siento a escribir sin saber aún qué y escucho que he dejado de fondo el televisor prendido.  Están pasando Harry Potter, me levanto y en ese momento está enfocada en toda la pantalla la imagen de Hermoine, la niña sabelotodo y un poco presumida por ello.   Me causa ternura y sonrío, porque esta chiquita me recuerda a mi Greka. 
Hace años mi esposo fue el primero en decirlo en voz alta: esa niña se me hace la Greka, porque se sabe las lecciones y por eso siempre les dice a los demás que deben hacer.
Él lo dijo y yo también lo pensaba, el personaje de la sabionda Hermoine y hasta ciertos gestos los consideraba muy parecidos a mi Cockercita.
Greka era una perrita que se comportaba correctamente, se esforzaba en complacerlo a uno pero también corregía y exigía cuando consideraba que ella  tenía la razón, o sea casi siempre.
Aunque Greka era divina por su personalidad, ser una “caniña proper” la agobiaba, se notaba que se estresaba por saber y hacer lo adecuado.   No deseábamos que fuera así si le causaba molestia y tratábamos de que se relajara, que corriera como desbocada, que  olvidara el glamour y la perfección, pero no lo logramos.   Me imagino que esto tuvo que ver con la depresión que sufrió y muchas veces he pensado si acaso su infancia hubiera sido entre más cachorros o con niños tal vez habría crecido más relajada.



Siempre habrá una parte de los perros y mascotas en general, que no conoceremos por completo.  Podemos proveerles una vida saludable físicamente y lineamientos para salud mental, pero al ser individuos (como todos los somos) no se puede generalizar cuando se trata de personalidades,  lo que cada uno piensa y cómo percibe el mundo.  Es por eso que aparte de conocer las cualidades únicas de cada uno de mis chiquitos, trato de todas las formas que ellos sean felices y de aprovechar cada momento que estoy con ellos porque el tiempo pasa rápido, los momentos se vuelven recuerdos y no se puede regresar.   Y escribo esto no para que se preocupen por el futuro, sino para que se enfoquen en hoy, en ser mejores, hacer buenas acciones (mejor si es por los perros sin hogar), ser felices y que disfruten de la sana compañía de su perro.

Sean felices, hagan feliz a su perro y  colaboren con un perro sin hogar.

Hasta la próxima,
Nova A.S.G.



viernes, 24 de enero de 2014

Cuachuchitos lastimeros

Como les relaté la semana pasada, los Cuachuchitos nos manipulaban en todo momento.  Los sacaba al jardín mientras hacía la limpieza o para comenzar el entrenamiento de en dónde hacer sus necesidades.   Si no eran los gemidos y sus ojotes lastimeros los que me hacían caer en dejarlos entrar a los pocos minutos de sacarlos, era abuelita Skippy o tía Musa que solicitaba atención con el pretexto de que  tenía que salir. 
Las dos señoras Cocker se ponían ansiosas, caminaban de un lado para otro frente a la puerta, olfateaban el piso y podría jurar que con sus gestos me amenazaban con: ¡me abres la puerta o me orino aquí! 
Les abría, impidiendo el paso a los chiquitos, entonces las adultas Cocker caminaban un rato por la grama, me miraban para ver si yo las observaba y hacían unas gotas apenas.  Luego pedían entrar, pero en cuanto las dejaba, justo en la puerta se entretenían con algo o resultaba que no podían pasar porque en lugar de entrar derechas se ponían en diagonal para que tuviera que darles más espacio y así los cachorros se colaban.  

A Skippy no la dejaba afuera por su convalecencia, era una perra de 14 años con problemas del corazón, a Musa en cambio, sí la deje un par de veces y cuando entendió que no le abriría hasta que yo lo decidiera, aprendió a aullar junto a los cachorros.  De una forma u otra paré haciendo lo que los cachorros querían.  

Además,  quién puede dejar afuera por mucho tiempo a unos cachorros lastimeros como se ven en la fotografía.   Yo no.

Mis bellos Cuachuchitos.  En serio, el vidrio estaba limpio antes de que salieran.


Sean felices, hagan feliz a su perro, acepten y disfruten cuando sus perros los han manipulado porque significa que ellos son ingeniosos.  No olviden colaborar positivamente en la vida de un perro sin hogar.

Hasta la próxima,
Nova A.S.G.

viernes, 17 de enero de 2014

Cachorros con abuelita

Criábamos a los Cuachuchitos con todas las recomendaciones que el Veterinario nos había dado, además por previa experiencia con nuestras hijas caninas incluíamos reglas para que desde jóvenes aprendieran reglas básicas de comportamiento. 

La primera regla olvidada fue el no subirse a los muebles.  No pudimos con mi esposo ni contener a todos al mismo tiempo, ni contenernos nosotros mismos de tenerlos abrazados en el sillón y la cama.
En la que nos manteníamos firmes era en no darles de nuestra comida, por su salud y por la futura tranquilidad nuestra a la hora de comer.    Era difícil no caer en la tentación ante semejantes peluditos y además estar al tanto de las visitas que querían quebrar la regla.  Si son bebés y tienen ganas, decían. O: es que se me cayó de casualidad.   No nos caía en gracia como las personas creerían, porque lo hacíamos para bien de los cachorros. A Rk y a mi nos dolía el no darles a probar un bocadito de lo que estuviéramos comiendo y mis cachorros lo entendían porque nos manipulaban con lloriqueos y esos ojos enormes que saben poner cuando desean algo. Los aromas de la comida los volvían locos, no entendíamos el porqué de la ansiedad ante sabores que no conocían.  Sin embargo a pesar de todos nuestros cuidados ante la comida ellos continuaban solicitando y hasta exigiendo. 

Sé que los Cuachuchitos reconocían a Rk como un padre más consentidor, porque le pedían con más efusividad a él y hacían algo a lo que no le prestábamos importancia cuando estábamos cerca de ellos al terminar de comer: ellos llegaban con Rk y con la nariz le empujaban la quijada, a Skippy, la abuela canina, le hacían lo mismo.

Un día, tal vez estábamos más relajados y pusimos más atención o ese día Skippy  o los cachorros no fueron tan discretos como otras veces. A la abuelita Puka, por su edad y convalecencia de una operación de hacía unos meses, Rk la consentía al punto de prepararle un pequeño plato con “muestras de nuestra comida, lo sano preparado de manera sana.  Terminamos el almuerzo y como otras veces desde que estaban sus nietos, Skippy se levantó y fue al jardín. Entonces escuchamos que gimió muy suave, los Cuachuchitos nos dejaron en paz y salieron corriendo hacia ella, como también solían hacer pero sin tanta algarabía.  Fuimos detrás de ellos, algo malo podría haberle sucedido a Puka, pensamos y fue cuando vimos que ella estaba sentada frente a ellos y cada uno le empujaba la quijada, luego ella regurgitó sólo la comida (no el concentrado) y los cachorros comieron. Vimos la escena con el mismo asco que ustedes estarán sintiendo. Sí, nos pareció dulce el gesto de la abuelita de proporcionarles “lo rico y diferente”, pero poco deseable de ver, además podría afectar la salud de Skippy.  Desde ese día cuidamos de que no se repitiera, dudo que lo hayamos logrado al 100%.

Curioso fue que en esos días pasaban documentales de lobos y entonces una explicación nos interesó: “Las lobas regurgitan previo al destete para preparar a las crías en su futuro consumo de carne, los lobeznos estimulan a la madre frotando su hocico en el hocico de esta o lamiéndole la boca.  Esta acción no suele observarse en los perros domésticos, pero en sus genes está grabado el comportamiento de sus ancestros, por lo cual si una perra no posee suficiente leche no es de extrañar que este recurso sería utilizado para alimentar a sus cachorros.”

Mi bella Skippy, cuidando a sus nietos de la única manera que el cuerpo le proporcionaba y los nietos mañosos aprovechándose de la memoria genética.   

Abuelita Skippy jugando con Perseo.



Sean felices junto a sus perros y ayuden a un perro sin hogar.

Hasta la próxima,
Nova A.S.G.

sábado, 4 de enero de 2014

El tiempo

Hace años vi por primera vez a un Golden Retriever siendo paseado en la avenida Las Américas, muy bien cepillado, con un pelo precioso y brillante.  Lo continué viendo de cuando en cuando por casualidad.  Unos años después eran dos Golden Retriever, siempre bien cuidados y creo que con el mismo señor, quien se notaba que trabajaba para la familia del perro.  
Los años pasaron —como sucede— y por casualidad seguí viéndolos una que otra vez en el camino.  Las narices se fueron poniendo canosas y se notaba que caminaban más despacio. Luego los observé con sus caritas blancas ya y con el pelaje más platinado que dorado.
No sé si fueron meses o un par de años, pero la siguiente vez sólo era un perro, aunque anciano siempre regio.  Me dio tristeza, no los conocía en persona, únicamente eran los perros que paseaban y que yo miraba en el camino, pero me daba nostalgia haber visto lo que para mi fue el inicio y de repente verlos envejecer. 

Con los meses pareció que la familia no quiso ponerle fin a mi historia visual, porque al perro anciano lo acompañaba otro, siempre Golden, más joven y se notaba aún inexperto en las delicadas caminatas que acostumbraba su compañero.   El nuevo perro era curioso y se adelantaba; el señor que los paseaba también canoso entonces, se portaba paciente y seguía el ritmo del perro anciano enseñando al inmaduro can a que jalar la correa no le haría llegar más rápido.   Poco después, eran tres perros de la misma raza.  Ese día al ver al can más viejito recuerdo que pensé: ¡Qué perro tan longevo!  Esa fue la última vez que lo vi.

Los inviernos y veranos pasaron, volví a ver a los dos perros jóvenes convertidos en señoriales adultos. Tan bellos como sus predecesores, su caminar era lento no por decisión de ellos sino por su paseador, el mismo señor con la mirada de siempre  dejando sus pensamientos ante cada paso. La siguiente vez ya no era él, otro lo había reemplazado, pero no duró tanto tiempo.
De nuevo me encontré con los perros, la misma ruta, pero inquietos. Quien los sacaba a caminar era más joven que los dos anteriores trabajadores  y no cumplía con su deber.  Fue en una temporada que los miré casi a diario, nunca caminando sino parados o sentados mientras el muchacho hablaba por el teléfono celular, apoyado en un árbol o cerca de una fuente.   Era una pena, la bella rutina rota por irresponsabilidad.
La familia habrá notado el cambio de comportamiento de los perros o también fueron testigos de cómo el muchacho utilizó las horas de ejercicio porque cuando los vi después, caminaban en el área con otro señor y es quien continuó la tranquila labor, según he observado.

Así las escenas se han repetido con los años.  La vejez también les llegó a los nuevos perros y los brillos del pelaje fueron suplantados por canas, entre mis intermitentes   encuentros.
Ayer los vi, al paseador y a un sólo anciano pero majestuoso Golden Retriever, el mismo recorrido otra vez en pasos lentos.


Comiencen con buen pie el nuevo año y disfruten cada paso que dan, hagan feliz a su perro y colaboren en la vida de un perro sin hogar.

Hasta la próxima,
Nova A.S.G.