viernes, 25 de marzo de 2011

Un viejo mal chiste

Hoy no.  No escribiré ni del pasado ni del presente, la bronquitis me tiene agotada.  Pensé en dejar este día el espacio en limpio, pero luego recordé que por más de un año, cada viernes, no he dejado de escribir o al menos publicar una tarjeta (como lo hice para navidad).  Tengo guardado un viejo ¿chiste? que hice cuando recién empezaba a conectarme al Internet.  Skippy me observaba cada vez que estaba frente al escritorio, así se me ocurrió.   Son esos garabatos que uno hace sin razón sólo porque se puede.  Quién me hubiera dicho que tantos años después lo utilizaría.  Saludos.

viernes, 18 de marzo de 2011

El shusho


El perro vagaba del otro lado de la entrada a la colonia Santa Fe, se miraba como un Beagle, un poco más alto alto.  Olfateaba un rastro, pero lo noté asustado.   Me dirigía a mi casa, que estaba a pocas cuadras y preocupada que le sucediera un accidente comencé a llamarlo.  Se subió al auto y cuando llegué a mi hogar, con desilusión de que no era la suya se bajó.

Llamé a mi esposo para avisarle de la visita y así cuando regresara no abriera el portón, no fuera que el perro escapara.   Coloqué agua y comida.  Mis perras estaban agrupadas en la puerta de la sala, esperando la oportunidad para salir al garaje y ¿conocerlo? ¿Amenazarlo?  Sabía que esas tres en grupo no eran de fiar.  


Luego de atender al invitado (que con seguridad estaba perdido) y descansada, caí en la cuenta: lo había hecho de nuevo, un perro más de quien preocuparme.   
Tenía que buscar su hogar, llamar veterinarias, poner volantes, lo que fuera.

Salí a revisarlo.  Era cariñoso, educado, estaba bien cuidado, calculé que tenía unos siete u ocho años, macho y de ¿raza? ¿mezcla de Beagle? Al pensarlo mestizo, con apatía busqué un tatuaje en las orejas.  Sí, si tenía uno, pero uno de los números apenas se entendía.
Entré a buscar el número de teléfono de Acangua, y mientras lo hacía buscaba en el Internet imágenes de razas parecidas.  

A quién atendió el teléfono, de la oficina de Acangua, di el número del tatuaje avisando que no se entendía el último dígito y que parecía un Beagle.  —Es como el de las imágenes de cacería Inglesa. No es Fox Hound, porqué lo que he encontrado de esta raza indica que sería más alto —Añadí.  
Me informaron que buscarían los datos y me llamarían de vuelta.

Así lo hicieron un par de horas después.  Lo normal, era hora de almuerzo cuando llamé.
—Fíjese que el número que me dio, no corresponde a Beagles —dijeron.
—Si como le dije, parece uno y del número no estoy segura porque no se entiende sí es seis, tres o un ocho.  El final está borroso —Respondí con ansiedad.
—Permítame un momento en línea voy a verificar… —Unos minutos después—: Podría ser un Britain Harrier, es la raza que sí da con la descripción y el código probando con él último número.  Esté es el teléfono. —Agradecí la ayuda.  Apunté los datos y llamé apresurada.  

No recuerdo bien qué pasó, creo que no respondieron, pero continué probando.  Dos días pasaron y al fin me comuniqué con la “dueña”.  Una señora amable, quien se escuchaba preocupada.  —Sí, vivimos en Elgin, creo que se escapó por el barranco, así llegó a la hincapié.  Lo habíamos estado buscando. Muchas gracias por cuidarlo, hoy por la tarde enviaré a mis hijos por él.

Tocaron la puerta.  Salí.  Un joven de unos 18 años y la que me imagino era la hermana, un par de años menor, esperaban desconfiados en la banqueta.  Se les notaba miedo, tal vez a que se sentían expuestos al lugar, que no era una colonia cerrada, como ellos estaban acostumbrados.
—Buen día —saludó el joven— ¿Es aquí en donde está el shusho? —preguntó tal y como lo escribo. Con ese acento rebuscado que usan algunos jóvenes.   Sí esa forma de hablar, con mueca forzada en la boca.

—¿El perro? —respondí, preguntando para asegurarme que no había escuchado mal.
—Sí, el shusho perdido —asintió, diciéndome el nombre que ya no recuerdo.
—Sí, aquí es. Y lo entregué.

La hermana lo recibió con alegría, le hizo caricias que el perro recibió de la misma manera que las mías: con amabilidad. A diferencia de cuando le entregó el perro al chofer que los llevaba, la reacción fue de euforia por parte del perro.  Lamía al chofer, se le tiraba encima, creí que la cola estaba a punto de zafarse, por tanta felicidad.

—Gracias oye.  Mire ¿le debemos algo? —preguntó el hermano.
—No.  No es nada.  Cuando lo puedo hacer es porque espero que, si algún día les sucede algo a los míos, alguien, tal vez, les brinde las mismas atenciones, mientras los encuentro.

Se despidieron y yo del shusho, aliviada de haber encontrado su hogar.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cuachuchitos en Antigua

El domingo pasado en Antigua Guatemala se realizó la actividad: Un día con mi mejor amigo.   Agarramos a los Chuachuchitos y nos fuimos para allá. 

Hasta el momento es lo más lejos que los hemos llevado y no es por falta de ganas, es por la incomodidad de que son muchos para mantenerlos tranquilos.  Aún así, la pasamos bien. Ellos se comportaron como perros cosmopolitas para sorpresa de mi esposo y mía.  Automóviles bajaban la velocidad para felicitarnos por lo bonitos que se veían y los transeúntes igual.  Y sé que no es porque sean de una raza extraña, es porque llaman la atención por ser cuatro, caminando con la gracia que tienen los perros pequeños, con sus colas sincronizadas.

Fue un paseo normal, a excepción de que nos deteníamos a fotografiarlos, a agradecer los cumplidos y a observar las calles animadas por otras colas moviéndose.
Mucha gente asistió y aunque la mayoría de las personas respetaron la limpieza de la ciudad, no faltó el que dejó que su perro hiciera sus necesidades en la banqueta para continuar su camino sin limpiar; a pesar que personal de limpieza pasaba regalando bolsas plásticas para ese uso, la bolsa hasta tenía instrucciones: Meta la mano en la bolsa, recoja los desechos, de vuelta a la bolsa, hágale un nudo y deposítela en un basurero.
Uno pensaría que semejante explicación no es necesaria, pero…

Regresamos a casa, con los perros tan cansados como nosotros, con la diferencia de que ellos durmieron un par de horas y ya estaban listos para otra aventura.  Nosotros no, los humanos apoyábamos el sueño de Musa, que por su avanzada edad la dejamos en casa dormida y a quien encontramos en la misma posición, roncando, sin haberse enterado de la salida.
Los Cuachuchitos posando frente a la fuente del Parque Central.

Así se veían las calles en Antigua Guatemala, llenas de alegría canina.
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Este es un servicio social independiente de la anécdota anterior. Extraviados:
  • Perra Cocker Spaniel, responde al nombre de Honey se extravió el 20 de enero en Reformita, zona 12. Es color canela con parche blanco en el pecho.  Si tienen información el teléfono es: 55971809
  • Me contaron recién que un perrito de tamaño pequeño colocho y blanco (probablemente un Poodle) con collar azul, anda rondando la Iglesia Inmaculado Corazón de María (7 ave. al final del periférico zona 12) desde hace días. Ha de estar perdido porque se queda a dormir en la calle (trataron de agarrarlo pero no se dejó). Si alguien sabe quien busca un perro con estas señas avísenle.

viernes, 4 de marzo de 2011

Milagro

No recuerdo bien, fue en agosto o septiembre del año 2004.   Mi madre me llamó un lunes por la noche: ‹‹Hay una perra herida cerca de la tabacalera, frente a un portón, se ve que está muy mal.  Ve por ella.›› La frase me la repitió unas tres veces, la lluvia era tan fuerte que no le entendía lo que decía.  

Llamé a mi hermano, a él también le había avisado, tal vez él ya había ido por la perra; era una esperanza tonta, sabía y sé que él no recogería a ningún animal ni por mandato oficial.  Son acciones que no se pueden obligar.  ‹‹Ya fui a ver, pero no encontré a ninguna perra›› me respondió.  Quise creerle con tal de no salir, pero luego de media hora de estar escuchando a mi conciencia salí a buscar a la herida.   
La lluvia continuaba (no había parado de llover en varios días) y con lo oscuro que estaba tuve que dar varias vueltas en el auto, siguiendo las señas que me había dado mi madre.  No la encontré. O no estaba ya o no entendí las indicaciones.  Llamé a mamá para avisarle, y por el tono de su respuesta supe que no me había creído.  Fui juzgada como lo hice con mi hermano.
El jueves la vio de nuevo y esta vez ella la recogió, me contó que estaba en el mismo lugar y que le costó mucho meterla al carro, por todos los perros que la rodeaban y por la que peleaban.     

Al siguiente día la llevamos al veterinario y fue cuando la observé, me sorprendió ver un ser así: muerta en vida.  Era menos que un zombie o lo que esto signifique, era como un maniquí mal hecho de lo maltratada que estaba.  La herida de la que hablaba mi mamá era una pata quebrada por un bus.  Pero esto no era nada, comparado en la falta de salud y voluntad que tenía el pobre animal.   
Según explicó el veterinario (lo poco que recuerdo), la perra estaba en shock, tenía una avanzada infección en la matriz, lo que provocaba que pareciera estar en celo.  Le realizó una cirugía de emergencia con muy pocas posibilidades de que sobreviviera.

Milagro, nombró mi madre a la perra.  Y a pesar de lo mucho que afirmó que no la dejaría subirse a los muebles, Milagrito se fue haciendo su lugar, primero una pata en la cama, luego  dos y lo más cómico fue cuando subía sólo su pecho y las piernas le quedaban colgando.   En semanas se había ganado la amistad de la otra perra que tenían en la casa, Laica.  Y desde que llegó se robó el corazón de mi madre.  

Fue una perra juguetona, cariñosa y entendida.  Una gran compañía, me imagino que compartió secretos con mi mamá de los que nunca me enteraré.   Pero lo que más agradecí siempre a Mila Mila, como yo le decía de cariño, fue que por ella vi una mirada de infantil felicidad en mi mamá.

Milagro murió el domingo 27 de febrero de este año.  Te quiero mucho Mila Mila.