sábado, 27 de noviembre de 2010

De personalidad salvaje

Skippy nació en una casa grande, aunque con poco jardín tenía suficiente espacio para corretear.  Sin embargo a los tres meses de su nacimiento nos mudamos de nuevo hacia una casa en donde viví en un apartamento independiente.  Era pequeño y con apenas un patio para que hicieran sus necesidades.
Yo comenzaba la universidad así que el tiempo que tenía para compartir con las Cocker, era poco.  Salía a caminar con ellas, si mucho dos veces por semana.  Cony, tranquila de por sí, se entretenía criando a su hija, pero la cachorra solicitaba más atención de la que le podíamos brindar. 

Sé que les tenía juguetes, pero tal vez no los suficientes y apropiados para descargar la energía de una joven perra.   Entonces comenzó a encontrar su desahogo.  Un día, al regresar de estudiar, encontré a la perra cansada y dos de los sillones muy bien masticados en las esquinas. ¿Qué si me enojé? ¡Sí! Estaba encolerizada, y por lo mismo ni intenté nalguearla.  No la dejé dormir en mi cama toda la semana.   No me imaginé que sus travesuras apenas comenzaban.

Libros, documentos legales, zapatos, edredones, plantas, jabones, y más, pasaron por los dientes de Skippy.   Si no se envenenó fue porque no había con qué.  No tenía idea de cómo reprenderla para que se comportara como Cony.   La madre Cocker ni en sus peores momentos de travesura había sido así.   Para colmo mi mamá me reclamó que cuando yo a veces salía por la noche, la perrita, se ponía a aullar y que no dejaba dormir. 

Entre la desesperación para corregirla, fui aprendiendo a convivir con semejante ser salvaje.  Me volví más ordenada, todas las prendas y zapatos resultaron bien guardados en el ropero.  Noté que cuando le entraban sus berrinches agarraba lo que veía.  No lo buscaba, era lo que encontraba a su altura visual para rematar su mal humor.   Así que objetos importantes y adornos fueron colocados medio metro, arriba de su cabeza.
Las plantas fueron regadas con pimienta por un par de semanas, suficiente para que no siguiera intentado acercarse a ellas. 
Claro, esto fue aprendido a prueba y error; manteniendo la idea de no causarle daño.  Mientras tanto ella crecía pero no maduraba a la misma velocidad.  Y acepto que por perros como Skippy es que la raza Cocker Spaniel tienen fama de locos.

La prueba que quedaba superar, era la del aullido.   Un día mi novio me sugirió que al salir dejáramos la vídeo cámara escondida para ver el comportamiento de las perras.   Así se hizo.  
Al regresar vimos la grabación:   Consentida se acostó en una almohada y durmió.  Skippy en cambió, estuvo frente a la puerta cinco minutos, cuando se aseguró de mi ausencia, comenzó a aullar, a saltar entre los sillones y la cama, hizo una cueva con el edredón y desde allí siguió aullando por más de una hora.
Comencé una rutina de fingir salidas (salía donde me veía y olía, luego entraba por otra puerta a esperar su reacción) para quitarle la certeza de mi alejamiento.  Al empezar los aullidos la sorprendía para callarla.   No fue la solución final, pero funcionó.
Las grabaciones posteriores demostraron que se mantenía siempre atenta a mi regreso, pero el 80% del tiempo en silencio. 

Hoy en día, a la falta de experiencia como esa vez, haría las cosas diferentes. Buscaría consejos e información en el Internet sobre el comportamiento canino (hay bastante y hasta programas de televisión sobre el mismo tema).
No tendría la opción de cambiarme de casa, así que primero que nada, me esforzaría a sacarlas a caminar al menos (sí, como mínimo) un día si y un día no.
Como ahora hay variedad de juguetes para perros en las tiendas de Guatemala, le  daría más opciones a Skippy.   Siempre tendría que ser ordenada para evitar tentaciones.

Con estos dos cambios, la perra estaría en parte satisfecha y cansada; a partir de allí, observaría hasta que punto su carácter dominante necesita entrenamiento (ya existen varias escuelas de adiestramiento en donde uno participa con el perro).

Pero no puedo cambiar el pasado, lo que sí puedo hacer es compartir mi experiencia.  Por eso si ha decidido compartir su vida con un perro:
  • Asegúrese de tener el espacio adecuado para el can.  
  • Ejercítelo.  
  • Proporciónele entretenimiento. Muchos juguetes aparte de distraer al perro sirven para limpieza de dientes.   Adquiera el adecuado para el tamaño de su nuevo amigo.  Evite los que son de plástico suave, se rompen fácil y los pedazos podrían ser tragados.
Si le tocó un perro con el carácter de Skippy, no desespere. Instrúyase de cómo cambiar esos malos hábitos y trabaje con él esa fuerte personalidad.  No se rinda, no se arrepentirá. 

viernes, 19 de noviembre de 2010

La prueba Cony

Mis amigos tenían un dicho: "Para ganarse el corazón de ella, primero se deberá ganar el de Consentida."
En cierto modo así era.   Porque quien llegaba a casa se enfrentaba a la prueba Cony.   Eso significaba: compartir el sillón, agradarla, y si era posible, que jugaran con ella.   Nada del otro mundo. 
La parte relevante era la interpretación del lenguaje corporal de Consentida, que yo realizaba en mi mente. 

La perra era sociable, respondía con gracia a caricias y juegos a todos, pero tenía sus preferencias con ciertos humanos.  Más de algo aprendí a fuerza de observarla con los años.
Sus expresiones cobraron significado para mí, para saber con quién trataba y hasta mi propio comportamiento.
¿Por qué era efusiva con unos y no con otros?  Sería el olor o la mirada.  Sea como haya sido, ella supo con anticipación quienes eran amigos reales y quienes no tanto.
Con mi amiga Khilde (quien decía no gustarle los perros) Cony nunca se rindió, no era desconfiada y buscaba sus caricias, el tiempo demostró que tenía razón.   En cambio con una examiga que era muy cariñosa con la Cocker, Consentida no era tan afectuosa y resultó que esta persona no era de fiar.
Bien dice la frase: “Si a tu perro no le gusta una persona, probablemente a ti tampoco debería gustarte.” Autor: Anónimo.

Convivir con una mascota, en mi caso perros, no se limita a alimentar, dar refugio y cariño.  Es una oportunidad para aprender de otra especie, entender mejor a la nuestra y conocerse uno. 

sábado, 13 de noviembre de 2010

Sean protectores

Hace unos meses, en televisión por cable pasaron anuncios de una campaña por los derechos de los animales: Be A Guardian, Not An Owner.  Traducido: Se un protector, no un propietario.
Buscando en el Internet sobre el tema encontré que la propuesta es simple. Están promoviendo el uso de la palabra Guardian (Protector) en lugar de Owner (Propietario) al referirse a los animales de compañía.
Traduciendo lo que leo: El término protector no cambia el estatus legal, pero describe con precisión las responsabilidades de bienestar, trato, cuidado y calidad de vida que tenemos que brindar a nuestros amigos animales.

No entraré en detalles de las ciudades y los cambios que realizan en las ordenanzas relacionadas a los animales, porque no es en Guatemala y nuestras leyes... bueno para que continuar.   Pero podemos tomar la parte de aprender y enseñar como lo hacen en la propuesta, desde el inicio: Los niños.

Las personas adultas somos el ejemplo para los infantes. Nuestras actitudes son imitadas por ellos.   Padres, Maestros y demás personas (queramos o no) somos educadores, por eso debemos ser responsables en la manera que hablamos y actuamos.  
Imagínense: ¡Un futuro con mejores personas y sin sufrimiento animal!
¿Acaso no es lo que todos deseamos?

Traduje el juramento del protector por si les interesa:
  • Llamarme y llamar a otros “protector” en lugar de “propietario”.
  • Hacer un compromiso de por vida con mis animales de compañía.
  • Sólo adoptar animales – nunca comprar o venderlos
  • Esterilizar a mis animales de compañía, por su salud y para prevenir la sobrepoblación.
  • Proveer alimento nutritivo, agua fresca y ejercicio a mis animales de compañía.
  • Interesarme por las necesidades emocionales de mis animales de compañía.
  • Referirme a mis animales de compañía como “él” o “ella”, no cosificarlos.

Si desean saber más sobre el tema (está en inglés. Si lo encuentran en español avísenme)
http://guardiancampaign.org/campaign.html

viernes, 5 de noviembre de 2010

Skippy

Skippy, nació el 16 de febrero de 1,992.  Hija de Consentida y un rojizo Cocker Spaniel llamado Caramelo.  Los nombres reflejaban el carácter tranquilo y cariñoso de cada uno, y pensé que los cuatro cachorros, si no eran más dulces, al menos serían igual; error de soñadora. 
En mi circulo de amistades, Consentida era famosa por su temperamento jovial e inteligencia, así que pude escoger entre varias solicitudes, los hogares para los otros cuatro.  Aunque luego tuve que lidiar con los reclamos de quienes no tuvieron la oportunidad, quedé tranquila haciendo lo mejor para mis nietos caninos.

Mientras llegaba el tiempo apropiado para darlos en sus nuevos hogares, yo tenía la ventaja: Escoger a la Cocker que se quedaría en casa (con seguridad sería hembra).   Ninguno salió bicolor como deseaba y esperaba, entre el cruce de una color champagne y un rojizo.  Así que me enfoqué en observar, mientras crecían, la inteligencia.  Ver crecer cachorros es una experiencia inolvidable ¡y yo estaba en primera fila!

Skippy se destacó por mucho entre sus hermanos.  Aparte de que era la única hembra rojiza, era la más avispada; hoy en día la calificaría de tremenda.  Fue la primera en todo: Ladrar, caminar, escaparse del nido, perseguir una pelota, mordisquear la caja en donde dormían, tomar agua. 
La nombré Skippy, sin pensarlo, ella era saltarina, traviesa y desde cachorra, audaz.  No temía a nada y creo que bastaba para que uno le dijera ‹‹¡No!››  para que le fuera más atractivo hacer lo que se le negaba. 
Y sin olvidar la felicidad que a Consentida y a mí nos brindó, tengo que escribir: que a pesar de mi juventud entonces, por Skippy me salió mi primera cana.