viernes, 30 de diciembre de 2011

Celebración de Año Nuevo

En lo que respecta al año nuevo y al año que está a punto de caducar soy infantil.  Los imagino como el sabio anciano a punto de retirarse y el joven inexperto que pronto gobernará.
Por eso, al comenzar a escribir el último tema de este año, me imaginé escribiendo sobre las tristezas que el anciano me causó con las muertes de las mascotas de la familia: Tillo (del que no escribí ya que no era un perro, ni siquiera una mascota convencional), Milagro, Perseo, y Musa, así como un par de rescatados: Oso y Laica II.  Pero para ser justa, también tendría que comentar las satisfacciones que tuve al ayudar a más de un perro (Horus, Beto, Chico y a otros por ahí). 
Sería aburrido, repetitivo y no sería del todo sincera, porque aún siento que el año 2011 me quedó debiendo.
Ya no puedo reclamar, el viejo se va y yo me quedo esperando a que tenga la decencia de avisarle al 2012, lo que le faltó redimir.  A no ser que, también le falle la memoria a estas alturas.

Y pensando en esos años que, uno cree que quedaron en deuda, recuerdo que tuve ya un año similar, fue cuando murió mi abuelita en un mes de noviembre.
El 31 de diciembre, mi madre no estaba para celebraciones y se acostó temprano. Yo no tenía edad suficiente para salir, ni las ganas; tampoco quería estar ahí, triste y recordando las festividades del año anterior.  Pero no tenía opción.
Las lágrimas seguían mojando mi cara, aunque nadie me oía llorar, lo evitaba.    La iluminación era una vela, me imagino que lo hice para no molestar a nadie.   Tenía una taza de ponche ya frío, mientras esperaba sentada en la cama, a que pasara el tiempo.
Vi el reloj una vez más y al mismo tiempo la cohetería resonó en las calles.  Era la media noche.   Consentida mi bella Cocker, de inmediato brincó a mis piernas para que la protegiera pero yo lo sentí como el mejor abrazo de Año Nuevo que jamás tuve.
El gato, celoso de la atención hacia Cony, también fue a rozarse en mi espalda.   Se ganó un par de lamidas (de la perra) y un gran abrazo de mi parte. 
Pasamos horas jugando en silencio, ellos me hicieron reír y olvidar, hasta que en algún momento me quedé dormida. 
Sé que a muchos no les parecerá gran cosa, pero es un grato recuerdo de cómo un gato y una perra iniciaron una celebración.


¡Feliz Año Nuevo 2012!

viernes, 23 de diciembre de 2011

Otra Navidad con perros

En serio, como escribí en el tema de este Año Nuevo 2011, el año pasado había comenzado a escribir un cuento de Navidad y no lo terminé.  ¡Sorpresa! Casi doce meses han pasado y ya me había olvidado de la historia.  Por supuesto que no seguí, tanto así, que lo he buscado para trabajar en él y hasta el nombre del archivo olvidé, por ahí está y ya lo encontraré pero en lo que sucede no los dejaré con el deseo de leer una anécdota relevante a las celebraciones.  

Pronto llegaría Navidad, la primera que celebraríamos casados con Rk.  Nuestra economía estaba, cómo decirlo, no apta para gastos decorativos de temporada; pero sí de algo soy culpable es que me gusta la Navidad, necesito verla puesta en casa.  Las opciones que teníamos eran decorar con moñas o conseguir los adornos más económicos que nos gustaran.  Fuera como fuera lo haríamos dentro de un presupuesto limitado. Como no soy hábil para que mis moñas se vean como en los almacenes, la decisión fue: adornos y de estos lo que se adecuaban: manzanas artificiales.   
La pequeña sala se miraba preciosa, en especial en la noche cuando las luces iluminaban el árbol y se reflejaban en el ventanal.  No podíamos pedir más.

Una semana antes de Noche buena, al anochecer, bajamos a conectar las luces al tomacorriente.  El alambre estaba ahí pero no tenía enchufe, revisamos y resultó que faltaba una gran parte de la serie de luces y lo que aún colgaba del árbol estaba masticado.   Sabíamos quien había sido la autora del crimen, no se había dejado ver en toda la tarde y cuando la encontramos estaba en su almohada todavía con la evidencia: Skippy.

Tuvimos suerte, la serie era pequeña e iluminaba sólo dos vueltas de abajo del árbol, así que la quitamos y a las demás luces las medio arreglamos.  Estaba desconectado pero pudo hasta morir si hubiera masticado los focos.  Pasado el susto y recordando que los perros son traviesos como niños y que de nosotros dependía su seguridad, todo estaba perfecto.  
Desde ese momento, durante el día el cable se escondía atrás del árbol y como lo encendíamos cuando estábamos en casa no hubo más problema

Todo se vio precioso, la Noche Buena fue una linda velada junto a Skippy, Musa y el resto de la familia. Además, teníamos otra historia que contar sobre Puka.  Y entre la plática de la noche hice una pregunta: ¿Alguien sabe de qué están hechas estas manzanas?  
Eran duras, no se quebraban al caerse, ni forzándolas (había probado con una, también hago travesuras).  Nadie supo responder.

Creo que aún no era el Año Nuevo, cuando mi curiosidad quedó satisfecha.  
Regresamos Rk y yo de una reunión y al encender la luz de la sala vimos que el árbol había sido cosechado hasta una altura más o menos de un Cocker Spaniel. Varias manzanas estaban regadas en el piso.
Llamamos a Skippy, quien llegó despreocupada, algo extraño cuando hacía algo mal.  Atrás de ella iba Musa, relamiéndose una y otra vez, en un momento dejó la lengua de fuera y no preguntamos más: esta estaba coloreada en tinte rojo.  
Nuestro consuelo fue que no se había intoxicado, tanto por el material como por el colorante que lamió de todos los adornos que tomó.  
(Por cierto, por una de las manzanas partida supe que eran de duroport, poliestireno, de una densidad más fuerte del que se usa en los cielos falsos y del que venden en las librerías).

A partir de entonces nuestros árboles navideños no se adornaban en la parte más baja, al menos hasta este año en que decidimos confiar en los Cuachuchitos.  Eso sí, atentos a que los adornos que colocamos ahí sean inofensivos, si en caso deciden agarrarlos.


¡Que tengan una Feliz Noche Buena! 

sábado, 17 de diciembre de 2011

¡Seis!

Hoy es el sexto cumpleaños de mis hijos caninos.   
Es extraño celebrar a tres y pensar en el faltante.   Él era el parrandero, le gustaba la bulla y los regalos, no se quedaba quieto y por eso el año pasado de todas las fotos no salió ninguna en la que estuvieran juntos.  
Es muy raro sonreír con lágrimas nostálgicas mientras recuerdo a Perseo.

Este año la celebración ha sido tranquila, pero les dedicamos todo el tiempo a ellos.   Llevar y traer para que les hicieran su corte de pelo, que buena falta les hacía.  Y aunque no los acompañamos como siempre, hubo que esperarlos mientras comenzaban a trabajarlos y los terminaban.  ¡Han quedado preciosos!
Se les ha dejado a que hagan la caminata a su paso: con prisa. Cosa que no entiendo ¿A dónde quieren llegar tan rápido?  
Se la han pasado a gusto, lo sé porque ahora duermen como angelitos roncadores.

No son los únicos cansados, nosotros los humanos también hemos quedado rendidos. Pero el mejor regalo de cumpleaños será el que viene en cuanto deje de escribir:  Anidar junto a ellos, como les gusta.


¡Feliz Cumpleaños Gecko, Keyla y Nova!

sábado, 10 de diciembre de 2011

Jugando con la Navidad

Esta anécdota es tan vieja que hasta la había olvidado.   Hace unos momentos, tratando de pensar en el tema de hoy, mientras miraba las luces del árbol de Navidad la recordé.

Yo era una adolescente, mi abuela había muerto el año anterior y dispuesta a que no murieran con ella las tradiciones navideñas (ya que mi mamá aunque le gustan, es práctica y no dedica tiempo a las decoraciones), planeé con anticipación la realización del árbol y nacimiento para el poco espacio del que disponía.

Le llevé la idea a un carpintero de la armazón del árbol: Una pirámide cuadrangular de 1.80 metro de alto y que no tuviera forro alguno.  Me la entregó en dos días y me cobró sólo por no regalármela.
La forré en luces dejando parte de una cara descubierta y luego coloqué un par de lazos de pino en la misma forma.  El nacimiento lo armé dentro del “árbol” y hasta la fecha me siento muy satisfecha de cómo quedó. Para mí, era resplandor y olor navideños, en un pequeño espacio.

En ese entonces tenía a Consentida, a Beba (una perrita que murió unos meses después) y a mi gato que, con vergüenza les digo lo llamábamos Bullshit, tanto insistieron mis amigos en llamarlo así que no entendía su verdadero nombre: Wealthy. 

Regresé a casa una tarde, iba a entrar al área donde tenía la decoración, cuando escuché alboroto, me asomé por la ventana para observar la causa:  Consentida corría en círculos, persiguiendo su cola; Beba, ladraba adentrando su cabeza en el árbol y cuando la sacó, vi a Bullshit adentro del nacimiento, tirando hacia afuera con sus patas los pastorcitos, casitas y ovejas.
Entré de inmediato y todos los peludos desaparecieron al instante. Verifiqué los daños que al final sólo fue desorden.  La recreación de un pueblo había sido la afectada, parecía que un tornado había azotado la región.

Esa noche, las dos perras y el gato dormían juntos al pie del árbol, mientras yo los miraba mover sus patas y bigotes imaginando que soñaban a cómo jugaron con la Navidad.
Las luces de colores, iluminaban las áreas que habían quedado sin desarmar, al igual que las partes del desastre; porque no lo reacomodé, Beba y Bullshit le habían dado un toque de realismo que me pareció natural.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Primos peludos

Hace una semana vinieron mis sobrinos, uno de ellos, de tres años, no paraba de lloriquear, asustado por el ímpetu de mis perros, quienes insistían en acercársele entre más él lo evitaba.   El niño se alejaba, lloraba y gritaba ¡ya me tenía cansada!   Mi hermana no lograba que él se calmara.
Entiendo que él se sintiera así ya que los perros a los que está acostumbrado son grandes y bruscos, cuando le hacen cariño se paran en dos patas y por supuesto lo hacen caer. 
Así que no sabiendo cómo callarlo, ya que no iba a alejar a mis peludos sólo por que él pataleaba, le dije: —Deje de gritar, entre más lo haga más lo buscarán.
Esto no tranquilizo del todo al niño pero me dio suficiente tiempo de silencio para agregar:  —¿Por qué se porta así?  Ellos son sus primos, ellos sólo quieren jugar con usted.  Son mis hijos, solo que son narizones y de orejas largas.  Tranquilícese.

La cara que puso mi sobrino es inexplicable, se me quedó viendo mientras asimilaba lo que le había dicho: “Primos, hijos”.  Poco le faltó para preguntar:  ‹‹—¿Sabe usted que son perros?››
Sin embargo se calló, dejó que sus coludos primos se le acercaran, lo olieran, los acarició y luego los canes se fueron a jugar por otro lado.  El niño ya no gritaba y todos recobramos la paz.   Un momento después, el infante se fue a ver televisión cerca de los perros y no le importó que se sentaran a su lado.

Yo también quedé sorprendida del resultado, no esperé que esas palabras fueran tan eficientes, ni imaginé que fueran las adecuadas.

Me queda la duda, si ahora los considera familia, en su próxima celebración de cumpleaños: ¿Debo llevar a los Cuachuchitos?

Hasta una próxima y feliz fin de semana.