viernes, 7 de octubre de 2011

Musa y la lechuga

A Musa, en su juventud, se le veía como una perra no muy ágil.  Aún estando delgada parecía gordita. Muy pocas veces logramos mantenerla en peso bajo, de todas formas tampoco llegó a ser obesa.  Pero tal vez su constitución física nos hacía pensar que ella no podía realizar ciertas cosas, como por ejemplo, no se subía a las sillas del comedor aunque se lo pidiéramos.

Un sábado, hace más de once años, había lavado y secado las hojas de una lechuga, la picaba para tenerla lista para la ensalada.  Estaba en la cocina dando la espalda al comedor, de donde provenían unos ruidos raros: roce de tela y luego raspones en madera. Skippy estaba a mis pies, eso era suficiente como para que no me importara cualquier sonido, ella era la traviesa.   Considerando a Musa una perra bien portada no tenía motivo para sospechar que hacía algo malo. 

No cabe duda, estaba entretenida.  Terminé y cerré el recipiente plástico en el que había colocado la lechuga, mientras lo hacía me volteaba hacia la refrigeradora, desde donde se veía el comedor y ahí sobre la mesa, vi a Musa.
Fueron segundos los que la miré pero entendí que llevaba ratos porque los sonidos eran de sus patas sobre parte del mantel que quedaba en la mesa y sobre la madera.
Me daba la espalda, pero en cuanto grité ¡Musa! y no sé que más, la perra brincó del susto.  No tengo idea que pretendí hacer, asustarla o fue que levanté los brazos por el enojo, pero como tenía el trasto plástico en las manos, al levantarlas, la lechuga salió volando por todos lados.   No había cerrado bien
la tapa.   Estaba muy enojada, tenía que lavar un mantel, barrer, trapear y empezar de nuevo con la ensalada.
Musa quiso saltar pero en la mesa también había lechuga así que muy relajada se puso a comer, mientras, yo limpiaba agachada asumiendo que la perra había salido corriendo.  Cuando me levanté, ella continuaba, con descaro, masticando.  Volví a gritar su nombre y se esfumó, no la vi el resto del día.

Pasado el enojo inicial, mientras limpiaba me reía de mi estúpida reacción, que fue la causa de mi doble trabajo.  Y también me reí de lo baboseada que me tenía la perra.

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