viernes, 29 de julio de 2011

Musa

Skippy estaba sola.  La madre, Consentida había muerto.   Su duelo, como lo comenté en Tristeza canina, fue casi inaguantable, pero no era para menos, ahora que lo veo desde otra perspectiva.
En esos días muchos cambios sucedieron en la vida de Skippy, cambio de casa, la falta de su compañera canina y días sin mí, cuando me fui de luna de miel; no fueron muchos y estuvo bien cuidada, pero me imagino que fue estresante que el mundo como lo conocía cambiara tanto en un par de meses.

Rk y yo logramos controlar hasta cierto punto la tristeza de la perra pero seguía faltando algo…, alguien.  Y Musa llegó a casa, todavía cachorra, Cocker y negra como los pecados.  Preciosa.
Ella salió de una de esas tiendas de mascotas, no la querían y por eso pasó a ser parte de nuestra familia.  Aunque admito que si hubiéramos pensado en tener otro perro no se nos hubiera ocurrido adoptar, no había tanta información sobre los perros sin hogar y no se les veía tanto como ahora y éramos ignorantes al respecto.

Musa era educada, graciosa y juguetona pero tenía un defecto: Tosía como un tuberculoso.  Los que nos la dieron nos recomendaron que fuéramos a la tienda en donde había sido adquirida, tenía “garantía”.   No entendimos el concepto, no era un electrodoméstico, así que asumimos que cubrirían los gastos de veterinario.   No fue así, una frase simple explicó qué significaba la palabra: ‹‹Tráiganla de vuelta, con gusto se la cambiamos.›› ¡Qué horror!  Sólo tenía un par de días con nosotros pero ya la amábamos. No tuvimos que pensarlo. Rk y yo ni siquiera nos vimos para responder al unísono: ¡No!

Ella es el ejemplo perfecto de lo que pasa con muchos perros que son vendidos de esa manera.  Nacen enfermos, alguien los devuelve o regala.  En su caso ella tuvo la oportunidad de ser parte de una familia, no todos la tienen.
Y como la historia ya se convirtió en enseñanza, prometo que luego continuaré relatando anécdotas sobre Musa.

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