viernes, 5 de agosto de 2011

Musa (continuación)

El primer día que Musa llegó a casa,  Skippy se comportó como si no le importara su presencia.  En cambio la cachorra trataba de llamar su atención como fuera.
En ese entonces nuestro jardín era de unos 16 metros cuadrados, más grande que lo que ofrecen las casas hoy en día y con seguridad más pequeño que mis deseos.  Pero este espacio fue suficiente para que Musa corriera, corriera…y corriera.  Lo hizo en círculo por más de media hora y en todo ese tiempo Skippy estuvo al centro.   Al fin, la perrita se echó.

Puka continuó haciéndose la desentendida, ignorando a la nueva integrante de la familia, hasta que nosotros dejamos de prestarles atención, entonces Skippy la interrogó con la nariz.  La olfateó una y otra vez, la colocó boca arriba y siguió averiguando más sobre la perra negra.  Cada vez que Musa trataba de levantarse, la otra la empujaba y le demostraba quién tenía mayor jerarquía, brusca pero sin lastimarla.
Luego de revisarla, Skippy con cierta insolencia la dejó en paz.  Musa consideró que había hecho una nueva amiga y la persiguió por toda la casa, actitud que a Skippy le parecía irritable.

Tengo muy claro cual fue la manzana de la discordia, lo que no sé es cómo paró en el piso de la sala: una tortilla tiesa.   En cuanto Musa la vio caer fue por ella, Skippy observó desde el sillón en el que se había subido para que la cachorra dejara de hostigarla.   La nueva Cocker apenas había alcanzado la tortilla cuando Puka le cayó encima, se la arrebató con grosería y gruñendo.  Musa lloró, tal fue el susto que se orinó y  Skippy se subió de nuevo al sofá a mordisquear la dichosa tortilla; sabíamos que no le gustaba, de hecho, en menos de un minuto la abandonó. 

Días después vimos a Skippy enseñando a Musa cómo salir al jardín, en dónde estaba la comida y los juguetes.  Fue amable y cariñosa.  La cachorra desde el primer día había aprendido quien mandaba y fue suficiente para que respetara el espacio de la otra. 
Fue una amistad que duró hasta la muerte de Skippy.

Ahora veo a Musa con su cara casi blanca por las canas y me pregunto si añora esos días en que podía corretear y dormir a la par de su compañera.  ¿Pensará en su juventud, como lo hacemos los humanos y en la soledad por la falta de compañía de los de su misma edad?
Con dificultad camina hacia al jardín en los días soleados y se acuesta en el lugar de siempre, suspira, dormita y luego entra con el mismo paso cansado con el que salió.   Y yo, al verla así, la imagen que se me viene a la mente es la de esa cachorra que saltaba tanto que las orejas se abrían como alas, enmarcando un rostro de brilloso pelaje negro lleno de vida.

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