viernes, 15 de julio de 2011

Ángel personal

Hace quince años falleció Consentida, mi primera Cocker, la grande, la bella; ella era el reflejo de mi niñez.
En ese momento me pareció doloroso pero normal, me habían dicho que a sus doce años era anciana y que sólo los perros bien cuidados llegaban a semejante edad.   Ahora sé que no es una regla y que con mejores cuidados desde temprana edad, hubiera vivido más tiempo.

Una llovizna fue suficiente.  Se resfrió.  Se complicó en bronquitis y gastroenteritis.   Con seguridad lo hubiera logrado si no hubiera padecido del corazón.  El suero que necesitaba para reponerse fue el que no soportó.

De cualquier manera, luego del susto que me había dado un par de años antes cuando dejó de respirar, sabía que su muerte estaba cerca y por eso en cada oportunidad que tuve le demostré todo el afecto que sentía. 

Al final no le gané a la muerte, pero no me quedó nada más por expresar, ni por hacer.   Sólo me lamento no haber estado a su lado cuando falleció, pero ella estaba en el hospital y murió a las cinco de la mañana.  Si la hubiera tenido en casa, el resultado hubiese sido el mismo pero yo sentiría culpa de que no tuvo mejor atención.  Eso sería peor, pensar en que tal vez se pudo salvar.
Consentida fue mi primera hija canina, una gran amiga, consejera y confidente.  El convivir con ella formó, en parte, mi carácter. 
Aun recuerdo su personalidad, sus lamidas y su olor, ese olor a cachorro y adulto que era muy de ella.  A veces, cuando sueño con ella, mi cerebro me consiente y siento su aroma; al hacerlo siento paz y felicidad.

Solía decirle que era mi ángel personal, aún lo creo, porque a pesar de que lleva tantos años enterrada todavía la siento cerca de mí.

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