Terminaron los partidos del mundial, con satisfacción para algunos y decepción para otros. A mí, aparte de compartir emociones por los resultados, me dejó con el recuerdo de un perro café de raza Dachshund (Salchicha) que le regalaron a un huésped del vecino.
Se lo regaló un fanático del Fútbol (aunque no creo que de los perros) en 1982, en temporada mundialista. Ya era un perro adulto y llegó con nombre: Maradona.
Cuando el muchacho no estaba (“el dueño”), el perro hacía de las suyas en la cuadra. La puerta de donde vivía la abrían a cada momento y poco interés tenían los demás en cuidar que Maradona no se saliera. Para colmo el perro estaba embobado por la sirvienta de esa casa y ella no escondía lo mucho que detestaba al Salchicha. Yo, de metida, le pedía de favor que no lo dejara afuera y que cuando saliera, no le permitiera salir tras de ella.
La mujer, me respondía con apenas gestos y se le notaba cierta satisfacción el causarme malestar. No era personal, ella era así con todos: mala persona.
Un día la vi pasar de regreso, de algún mandado que había hecho. Me preocupé cuando noté que abrió la puerta y Maradona no salió a recibirla. Eso no era normal. Le pregunté por el perro y con una sonrisa perversa me respondió: ‹‹—Como siempre, me siguió. Y luego lo vi correr atrás de la camioneta a la que me subí. ¿Saber que se hizo?››
Terminó de responderme, agarró una escoba y se puso a cantar mientras barría. Podría jurar que sonrió cuando vio que se me aguaron los ojos.
Por mi edad tuve que esperar a mi mamá para que me llevara a buscar a Maradona. Lo hicimos varios días pero nunca lo encontramos.
¡Pobrecito Maradona!
No se confíen, nunca sabrán lo que pasa en la mente de otros, cuiden a sus mascotas.
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