viernes, 1 de agosto de 2014

Quedaron seis

Los meses de crecimiento de mis cachorros, como he comentado en ocasiones anteriores, fueron difíciles.  Ellos me ponían más trabajo, pero también me causaban la alegría que necesitaba en especial con el fallecimiento de Greka.   También estaba Skippy, cumpliendo ese año sus 14 veranos y en esos días estaba convaleciente; si no recuerdo mal, aún le molestaba el derrame cerebral que había sufrido y del que todos creímos no se recuperaría.  Pero ella era fuerte.

Musa era joven aún, creo que tenía diez años, pero tanta enfermedad congénita la hacían ver y actuar como un perro anciano, mayor que la edad de Skippy.   No era de extrañar, ella fue una perrita comprada en una tienda de mascotas y luego adoptada por nosotros.  Entonces, el Internet no tenía el alcance en nuestro país como hoy en día y pocos sabían (o sabíamos) sobre las  “granjas de perro”.   Ahora, para quien no quiere investigar, la información está hasta en las redes sociales y en algún momento le llegará esa imagen de una asociación pro animalista que demuestre las razones del porqué no comprar.

Así que de ocho perros pasé a tener siete cuando murió Greka. Una convaleciente, otra eternamente enferma y cinco hermosos diablitos peludos que apenas dormían para recargarse y seguir jod… digo jugando.  Pero llegó el día en que los papás de Cocky, el padre de los Cuachuchitos llegarían a conocer a sus nietos y se llevarían a uno para convivir con ellos.  
Yo sabía que ese momento llegaría, se iría uno de mis Cuachuchitos, se me partía el corazón, no por preocupación sino por el dolor de que no iba a estar conmigo o al menos cerca.  Esta familia siempre fue responsable y amorosa con Cocky,  deseaban un nieto canino tanto como Rk y yo, el cuidado y amor que recibiría no era la causa de la aflicción.
Decidieron que se llevarían a un macho, el que era idéntico a su padre y por eso yo lo llamaba Junior.  Se me desgarró el corazón y lloré contar a sólo cuatro cachorros esa noche, no habría importado cuál hubiera sido, a todos los amaba y amo por igual. Todavía lo extraño.  Lo llamaron Mimo y me cuentan que sigue siendo muy malcriado porque tiene el mismo carácter que sus hermanos.   ¡Ya me imagino!  Acostumbrados a la apacible personalidad de Cocky, Mimo ha sido un reto, pero no importa, así lo aman.

A veces, darles una buena vida significa desprenderse y aunque sé que estaría muy bien viviendo conmigo habría sido difícil criar a 3 machos adolescentes mandones.  
Por eso entiendo cuando las personas me dicen: quiero tener un hijo de mi perrito. Sé la emoción que eso causa, la alegría que da. Pasé por eso y explico mi experiencia y en especial les hago saber cuánto perro abandonado hay hoy en día, mestizos o de raza, no se trata de convencer, sino que las personas sepan lo que sucede.  Y si aún están seguros de la idea, les recomiendo que se preparen a quedarse con la camada, porque muy pocas personas cuidarán a esos perritos como uno lo hace. En mi caso, prefiero no tener más nietos de mis Cuachuchitos que, más adelante enterarme que el hogar al que le daba 100 puntos quedó mal y lo abandonó o lo regaló a otros que no podrán darle lo necesario.  No voy a arriesgar vidas por darme un gusto. La gente cambia, muchos juran que aman a su perro como a su propia sangre y en un cambio de vida (se casan, tienen hijos, cambian de casa) resulta que esa frase era sólo un decir, más no su proceder.  Porque los amo y amaría a sus descendientes es que todos están esterilizados/castrados.
Sí no hubiera estado segura de la responsabilidad de los ahora papás de Mimo (Junior) y que tengo contacto con ellos (poco pero lo hay), es probable que mis historias fueran diferentes o que no estuviera escribiendo un blog, por falta de tiempo o porque entre todos los hermanos se habrían comido la computadora.
Así, de pronto, me quedaron seis.




Sea y haga feliz a su perro, disfrute cada momento con él o ella y colabore en la vida de un perro sin hogar.



Hasta la próxima
Nova A.S.G.


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