viernes, 3 de agosto de 2012

Compartiendo

Hace años, asistimos con Greka, Musa y Skippy a clases de adiestramiento canino.  La razón inconsciente pudo ser el deseo de tener a una Lassie, Rin Tin Tin o Boomer en casa.  Pero la idea real en ese momento fue divertirnos con ellas y que compartieran con otros perros para que fueran más sociables.  Cada sábado por más de un año nos preparábamos mi esposo, las perras y yo para llegar a las nueve de la mañana.  No quedaba cerca pero ellas nos motivaban y nos encantaba ver cómo entraban al auto en cuanto abríamos las puertas.  Nadie las sacaba de ahí, hasta que llegábamos al parque en donde se impartía el curso.

En clase, Skippy era consentida por la edad, recuerdo que nuestro maestro (nuestro porque los humanos también debemos aprender para que los caninos lo hagan) decía:   ‹‹Skippy es el ejemplo perfecto de que un perro anciano puede adiestrarse, se le deberá tener más paciencia pero podrá aprender.›› Y así fue, sin tanto esfuerzo, como el que se esperaba realizar, Puka (de cariño) completó y se graduó de tres cursos.  Admito que hizo lo que yo hice en algún momento: prepararse para los exámenes y olvidarse del asunto. Y por supuesto recordaba las órdenes sólo cuando estábamos en clase, a pesar de entonces tener 10 años (yo no la consideraba anciana, pero…), en casa ella seguía siendo la misma: ¡Un terremoto!

Musa aprendió a la misma velocidad que Skippy, era más joven pero me imagino que su distracción se debía a las constantes enfermedades que padecía y de las que habrá quedado medio sorda, si no es que ya había nacido así.  El entrenador la adoraba, le encantaba su pelaje negro, sus enormes y expresivos ojos y su natural timidez ante extraños.  Cada vez que la veía, él la admiraba.  Con tantos perros bellos que asistían me causaba gracia que demostrara preferencia hacia mi pequeña Cocker negra.  También completó sus cursos, pero ella sí continuaba siendo educada en casa cuando lo solicitábamos.

Greka, mi pequeña y adorable Greka.  La más joven de las tres.  Aprendió a una velocidad increíble.  Si ella no se convirtió en una perra de película fue por mi culpa nada más, ya que yo no tenía en casa la constancia de proseguir como se debía entre clases.  Ella ya iba adelantada a muchas cosas, pero estas se las dejo para otro día.
El profesor se sorprendía de la compatibilidad que teníamos ella y yo.  La perrita nunca dejaba de verme, la atención era total.  Y los errores que yo cometía ella los copiaba.  Por ejemplo, el caminado en línea recta por alguna razón me desvío y ella lo hacía igual cuando le tocaba realizar el ejercicio por su cuenta.  Era muy gracioso. 
Esa proyección de perro y protector, decía el maestro, que sólo la había visto dos veces en su vida, y una de esas éramos Greka y yo.  Por supuesto, sus calificaciones fueron excelentes, tanto así que nos inscribieron para una competencia de adiestramiento canino.  El mérito era de ella y tal vez si yo hubiera entrenado más nos habría ido mejor o al menos no tan mal.  Y es que entre todas las virtudes que tenía mi chiquita, un pequeño detalle la desarmaba: Era demasiado nerviosa.

Lo importante mientras asistimos fue que nos divertimos mucho, salimos de la rutina y aprendimos más sobre ellas y nosotros.

Fueron buenos tiempos, bellos recuerdos, momentos sanos.  Esa es la razón de tener perros, para compartir la vida una simple buena vida. 
Sé que no siempre es posible costear cursos, vacacionar o comprarles juguetes, pero ellos no esperan todo esto, sólo quieren estar con nosotros, por eso hasta la caminata más sencilla o por las lluvias jugar con ellos dentro de casa los hará en extremos felices.

¡Vean esas alegres caras, vean esa lengua de fuera y orejas paradas!

Hasta una próxima

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