sábado, 7 de enero de 2012

Greka

Sepan que siempre he estado a favor de la esterilización de los perros, aunque hace algún tiempo pensaba que sólo era necesaria para los mestizos, ya que la mayoría de ellos son los que no encuentran un hogar y algunas personas los sacan a las calles.
Nunca crucé a mis perras por obtener ganancia, ¡simplemente eso no se hace!; pero en mi ignorancia sí  quería nietos, entonces Cony me dio a Skippy y a tres hermanos de quienes siempre supe sus condiciones y el amor con el que los cuidaron.  
Luego adoptamos a Musa, de raza Cocker y negra al igual que su salud, ahí se me encendió el foco: No muchas personas cuidarían de ella en ese estado, por lo mismo nos la dieron y por supuesto no la devolvimos.  Pero si en caso otra persona la hubiera tenido para que tuviera perritos, estos, lo más seguro es que no hubieran sido del todo sanos, imagínense el trato que les darían.
Comprendí que como ella, muchos perros de raza tenían los mismos problemas que los mestizos; así que le dije al veterinario:
—Quiero operar a Musa.
—Mire A., mi recomendación es que le permita tener una camada y luego la operamos.  Es sano para ellas. —Me respondió el Dr. J.M. Él es un excelente doctor, pero es de la vieja escuela, su consejo fue tan sincero como sus creencias y lo que le enseñaron.  Ahora sé que esto no es una regla pero para entonces acepté su idea como la adecuada, así que no operamos a Musa aunque tampoco le busqué novio, la salud de la perra no me convencía como para que hubiera más perros igual que ella.   

Con Skippy, la historia fue otra.  Fueron dos cachorras, preciosas y juguetonas las que me dio y aunque quería quedarme con las dos, en ese entonces no concebía la idea de tener cuatro perras en casa, además los protectores de Pongo, novio de Skippy, también querían nietos. Ellos deseaban un macho, pero no había opción.  Escogieron a la de color claro que se parecía al padre y unos meses después la operaron antes de que padre e hija cometieran incesto.   

La que se quedó con nosotros la nombramos Greka.  Ella era una perra tímida, de color cobre, inteligente como ninguna perra que he conocido.   Creció entre los mimos de su madre Skippy y los de su tía Musa, no digamos los de Rk y los míos.  
Las perras adultas se encargaron de tal manera enseñarla que, el único problema de aprendizaje que tuvo fue salir a hacer sus necesidades durante las noches de lluvia, en las que Rk o yo solíamos acompañarla con sombrilla en mano.
La personalidad de Greka fue la antítesis de la de Skippy.  Fue lo más dulce y entendido que jamás imaginé de una persona no digamos de un perro.

Hay tantas recuerdos que me dejó Greka, la dulce Greka como le llamábamos, pero muchos no pueden ser descritos con palabras y para los que sí, tendrán que esperar a que prosiga otro día.


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