lunes, 16 de enero de 2012

Esperanza, crueldad y esperanza

El pendiente del viernes trece.

Publico cada viernes, pero este que pasó, a pesar de las varias ideas que tenía, el tiempo se me fue; para cuando quise comenzar ya era sábado de madrugada y el sueño me ganó.  Pensé entonces en compensar el siguiente viernes con una doble publicación, pero los temas a veces se presentan sin solicitud y algunos merecen ser escritos en el momento, como es el caso del que escribo a continuación:

Leo sobre los voluntarios, rescatistas y asociaciones que ayudan a los animales abandonados y maltratados, entonces creo que hay esperanza para que la palabra humanidad recobre su significado.  Luego veo a un animal necesitado y aunque no siempre puedo rescatarlo de la calle, en lo que puedo lo ayudo y recuerdo a estas personas que, se enfrentan día a día a colaborar, organizar jornadas de castración, a dar hogares temporales y a donar; y pienso ‹‹Uno a uno, poco a poco, pero es posible.››

Pero llega el día en que la ilusión se desvanece, como hoy que, devolví la llamada perdida de mi amiga Olga (ella y su esposo rescataron a Horus, de quien escribí hace unos meses).  Respondió el teléfono, una plática rápida, estaba ocupada bañando a una perra que rescató ayer.  Me contó que dejó de contar las garrapatas que le quitaba cuando llegó al número 78, porque era desesperante ver como seguían saliendo en cantidades.
—La perra, está igual o peor que Horus en desnutrición —me dijo.

Eso es común en un perro abandonado, pero el relato de cómo la perra llegó a ese estado es lo que me sorprende: ¡Cuánta maldad hay en las personas!

Olga salió de su colonia y vio a esta perra tirada (echada significaría que lo hacía por decisión propia) en el monte que se ve desde la garita.  La perra estaba tan débil que no podía sostenerse.  Fue por ella y preguntó a los de seguridad si sabían cómo esa perra había llegado ahí.  La respuesta fue:
—Hace casi quince días, de la colonia de la par, salió un camión de mudanzas. El camión se detuvo, una señora salió con la perra amarrada y la fue a colocar agarrada a una estaca en el monte.
—Pero… ¿Por qué no hicieron algo? Dicen que lleva varios días ahí, pudieron ayudarla, avisar, cualquier cosa —increpó Olga.
—Como ahí la dejaron, pensamos que luego vendrían por la perra y como casi no se ve desde donde estaba, ya no pensamos en ella.  Hará un par de días que se soltó, pero no se movió de ahí —respondieron, encogiendo lo hombros.

¿No es terrible que existan “personas” que realizan estas acciones? ¡Como el de dejar a un animal a que muera de inanición!
Y como si no fuera suficiente, además, hay “gente” a la que no le importa ver un ser sufriendo; porque pudieron avisar a la administración, llevarle agua y si lo anterior era difícil para ellos, soltarla al menos.
 
¿Qué pasa? A estas acciones ya no se les puede disculpar por ignorancia, es falta de compasión.

Y mientras termino de escribir, descargando así el enojo por la crueldad de algunas personas, pienso en mis amigos que en estos momentos cuidan a la perrita, que sin analizarlo le tendieron una mano.
No me queda más que respirar profundo y de nuevo recordar que, por personas como ellos y todos los voluntarios independientes y de asociaciones:
¡Aún creo que hay esperanza para que la palabra humanidad recobre su significado!

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