sábado, 16 de octubre de 2010

La repuesta: Priscy y Montúfar

Esta semana me llegó un email con la pregunta: ¿Y que pasó con las perras? Priscy y Montúfar
Así que en lugar de desempolvar mi cerebro y pensar en el tema de hoy, contaré el resumen de las dos. Aunque ya había escrito el resultado de la perra pequeña, aquí va de nuevo.

A Priscy, la entregamos a la familia Lux.  Sus primeros días, me contaron, fueron difíciles. Estaba triste e incómoda de compartir su nuevo hogar con la perra que ellos ya tenían. Por lo mismo, con mi esposo pensamos que la tendríamos de regreso.  Estábamos dispuestos a quedárnosla, a pesar de los cinco que ya tenemos.  Muchas personas dicen: ‹‹Sí, yo me quedo con el perro.›› Luego del primer problema se arrepienten.  Este no fue el caso.   Escogimos a la familia correcta, ellos, incluyendo a la compañera canina, pusieron todo de su parte para que se acomodara.   
¡Lo lograron! Ahora la llaman Panchita y está feliz. Juega con los niños y con la otra perrita.   El tiempo de espera para que fuera reclamada expiró.   Nadie lo hizo, lo que me deja con la duda: ¿Por qué?   Estaba cuidada y era muy correcta en su comportamiento.   Sea como sea, ella está bien; tiene amor, alimento, refugio y compañía.
 
(Priscy antes y después del baño)

Con Montúfar, la situación fue un poco más complicada, por el tamaño y su salud.

Cuando la subimos al carro, no noté que sus facciones eran bonitas.  Sólo miraba lo flaca que estaba, hasta que mi esposo me enseñó las fotos con las que realizó los volantes, para la búsqueda del “dueño”.   Apareciera o no, nos habíamos responsabilizado por ella y por eso antes de operarla, tuvimos que subirla de peso.   Estaba desnutrida y sus pechos demostraban que había amamantado a muchos cachorros, con seguridad en todos sus periodos de celo.  
Por si tenía o para evitar que le diera anemia, el veterinario nos ordenó darle un medicamento durante una semana previo a la operación.  Aún así, su recuperación luego de la esterilización fue lenta.   Antibióticos, suero oral, sopas e Incaparina se le brindaron junto con caricias y ruegos para que comiera.   
Todo esto fue durante los días de mayor lluvia.  Así que estaba la preocupación de que la casa canina de invitados no sería suficiente resguardo, con grandes bolsas plásticas armamos un techo provisional sobre esta.  Todo salió bien.   La cubierta soportó y la perra recobró la salud.   

Pensé que la parte difícil había pasado: gastos y cuidados extras.   Pero cuando Montúfar se sintió bien fue cuando me dio más trabajo.   A ella le gusta hablar o sea ladrar.  No es una perra loca que se quede ladrando todo el tiempo. Lo hace para dirigirse a uno, para responder cuando uno la mima y para expresar que está aburrida.   Y por supuesto su tamaño requería más atención.  Acostumbrada a vagar, necesitaba mucho espacio para ejercitarse.   Ya le había encontrado hogar y en cuanto se repuso, la llevamos.   Empezaba a ponerse tensa, agresiva por el confinamiento.   Estaba enérgica por la alimentación y aquí en casa, no había donde diera rienda suelta a sus juegos.

En la casa en donde está tiene espacio, pero todavía tiene la necesidad de correr.  Se le escapó al señor pocos días después que la llevamos.   La dimos por perdida porque se supo que alguien la agarró y no la devolvió de inmediato.  Nos dolió mucho pensar que luego de lo que le ha tocado vivir, terminaría encadenada y descuidada.   Recé por ella, no podía hacer más.  
La entregaron unos días después, el rumor en el pueblo de la perra perdida y el enojo de quien la perdió se agrandó y para evitar problemas, la devolvieron.

Hoy hablé con el señor, me contó que la perra escapó de nuevo.  —Me la volvió a hacer —me dijo— pero como ya saben quién es, rapidito la encontré.  Ya di por caminarla. Con dos kilómetros diarios la canso. Pero no me importa, es linda la perra —expresó por teléfono, con voz de rendición.   
Sé que no es descuido porque Montúfar es impulsiva y engañosa, trató de hacerlo aquí.  Espero que se calme, para que no sufra un percance.

Hasta aquí el resultado de estas dos canes especiales.   Mi esposo y yo hemos apenas colaborado con un granito de arena.    Y como lo escribí con anterioridad, extraño a las dos: La dulzura de la que para mi será siempre Priscy y a Montúfar con su voz ronca, exigiendo correr mientras su cola latigueaba mis piernas.

 (El primer día y el día que iba para su nuevo hogar)

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