viernes, 25 de junio de 2010

Blacky

Era el año de 1999.  La última novedad en Guatemala era la apertura de PriceSmart, sin nada por hacer y a pesar de la llovizna, como buenos Chapines fuimos a ver qué había de bueno.

Circulábamos en el vehículo buscando parqueo, criticábamos de que en Guatemala no hay mucho en qué distraerse y en eso vimos a un perrito, negro y peludo deambulando entre los carros.  Buscaba contacto humano, sólo veía que lo observaban y se dirigía hacia esa persona.   Vimos los gestos de desprecio que le hacían y no nos faltó escuchar: ‹‹—¡Quite chucho!››
Me dio miedo que lo atropellaran, pero si se iba, con seguridad se atravesaría el periférico y sería peor.   De todas maneras ¿qué se podía hacer? y siguiendo el ejemplo del resto de los chapines que vimos, también nosotros nos hicimos de la vista gorda, al pasar a pie junto al perro.
Entramos al almacén, comparamos precios, calidad, agradecimos la disponibilidad de objetos que no deseábamos y mientras lo hacíamos, la cochina conciencia me molestaba.
Salimos un par de horas después, ya de noche y con aguacero.   El perro, aunque ahora empapado, seguía igual: pidiendo cariño.   Mi esposo y yo apenas nos vimos y me dijo: ‹‹—Súbelo al carro, le puede pasar algo peor.››

En casa nos dimos cuenta que era cachorra y hembra. La alimentamos y le proporcionamos un nido.
A la mañana siguiente llamé a un Santuario de Animales. Días antes había leído una entrevista del refugio que queda camino a Chimaltenango, y me había quedado con el recorte de la publicación.   No tenían espacio.   Luego de un par de horas, me llamaron de nuevo, había una posible solución: Tenían una familia que deseaba adoptar un perro, pero no podían para pagar los costos de esterilización (que es la condición para la adopción).
Nosotros en casa, no es que nos sobrara, pero con gusto aceptamos con tal que la perrita tuviera un hogar. 

Un par de días después, la llevé con el médico referido. La ingresé como Blacky, en los hospitales es necesario que se les de un nombre, no quise hacerlo antes para no encariñarme, por cierto, no resultó y mucho me costó calmar mis lágrimas al entregarla. 

Aún tengo muy claro lo feliz que se veía la cachorra, allí comenzó la historia del resto de su vida, cuando la fue a traer su nueva familia.

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