sábado, 4 de enero de 2014

El tiempo

Hace años vi por primera vez a un Golden Retriever siendo paseado en la avenida Las Américas, muy bien cepillado, con un pelo precioso y brillante.  Lo continué viendo de cuando en cuando por casualidad.  Unos años después eran dos Golden Retriever, siempre bien cuidados y creo que con el mismo señor, quien se notaba que trabajaba para la familia del perro.  
Los años pasaron —como sucede— y por casualidad seguí viéndolos una que otra vez en el camino.  Las narices se fueron poniendo canosas y se notaba que caminaban más despacio. Luego los observé con sus caritas blancas ya y con el pelaje más platinado que dorado.
No sé si fueron meses o un par de años, pero la siguiente vez sólo era un perro, aunque anciano siempre regio.  Me dio tristeza, no los conocía en persona, únicamente eran los perros que paseaban y que yo miraba en el camino, pero me daba nostalgia haber visto lo que para mi fue el inicio y de repente verlos envejecer. 

Con los meses pareció que la familia no quiso ponerle fin a mi historia visual, porque al perro anciano lo acompañaba otro, siempre Golden, más joven y se notaba aún inexperto en las delicadas caminatas que acostumbraba su compañero.   El nuevo perro era curioso y se adelantaba; el señor que los paseaba también canoso entonces, se portaba paciente y seguía el ritmo del perro anciano enseñando al inmaduro can a que jalar la correa no le haría llegar más rápido.   Poco después, eran tres perros de la misma raza.  Ese día al ver al can más viejito recuerdo que pensé: ¡Qué perro tan longevo!  Esa fue la última vez que lo vi.

Los inviernos y veranos pasaron, volví a ver a los dos perros jóvenes convertidos en señoriales adultos. Tan bellos como sus predecesores, su caminar era lento no por decisión de ellos sino por su paseador, el mismo señor con la mirada de siempre  dejando sus pensamientos ante cada paso. La siguiente vez ya no era él, otro lo había reemplazado, pero no duró tanto tiempo.
De nuevo me encontré con los perros, la misma ruta, pero inquietos. Quien los sacaba a caminar era más joven que los dos anteriores trabajadores  y no cumplía con su deber.  Fue en una temporada que los miré casi a diario, nunca caminando sino parados o sentados mientras el muchacho hablaba por el teléfono celular, apoyado en un árbol o cerca de una fuente.   Era una pena, la bella rutina rota por irresponsabilidad.
La familia habrá notado el cambio de comportamiento de los perros o también fueron testigos de cómo el muchacho utilizó las horas de ejercicio porque cuando los vi después, caminaban en el área con otro señor y es quien continuó la tranquila labor, según he observado.

Así las escenas se han repetido con los años.  La vejez también les llegó a los nuevos perros y los brillos del pelaje fueron suplantados por canas, entre mis intermitentes   encuentros.
Ayer los vi, al paseador y a un sólo anciano pero majestuoso Golden Retriever, el mismo recorrido otra vez en pasos lentos.


Comiencen con buen pie el nuevo año y disfruten cada paso que dan, hagan feliz a su perro y colaboren en la vida de un perro sin hogar.

Hasta la próxima,
Nova A.S.G.

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