viernes, 4 de enero de 2013

El despertar

Este es un buen tema para que sea el primero del año. 
 
Skippy era… bueno era Skippy.  Ella no paraba nunca, hacía lo que quería y a su manera; pero como todo Cocker: enérgica y jovial.
Meses después que la mamá, Consentida, muriera, una noche llegó nuestro grupo de amigos.  Bromas, risas, plática amena; esas reuniones que se dan porque sí.   Puka (Skippy) adoraba esos momentos, ella creía que llegaban a visitarla y se sentaba junto a uno u otro para compartir con todos.   En ese entonces sólo teníamos a Skippy y a Musa, esta última era más tranquila y siempre encontraba al invitado ideal para reclamarlo como suyo hasta que se despidiera. 
 
Esa noche Puka, luego se juguetear con todos se sentó en mis piernas. No sé si sería que era tarde o fue que el silencio también llegó de visita por un minuto, pero a la media noche, la manecilla del segundero del reloj que siempre había estado en la misma pared, aunque suave se escuchó: tic, tic, tic.    Skippy notó por primera vez el reloj y sorprendida por su descubrimiento siguió la manecilla con la mirada.  
No sé cómo, por qué o de qué siquiera, pero podría jurar que en ese instante mi Cocker tuvo un despertar.
 
A partir de entonces mi perrita comenzó a observar cada detalle que había en la casa, adornos, cuadros y formas; prestaba atención a las acciones que uno realizaba y las consecuencias que estas generaban: botón en pared, luz prendida o apagada en el techo; botón en pequeño aparato de mueble, música; y todos esos pequeños detalles de la vida cotidiana que a uno no le importan.



Ella salía al jardín con cuidado, no con la misma despreocupación de antes, Puka ahora caminaba muy despacio para cruzar la grama y tomar el sol y así evitaba que los coronaditos se espantaran mientras estos descansaban en el arbusto de mirra.   Si acaso no había pájaros, se acercaba a las flores y las olfateaba con ternura.


 
De cuando en cuando miraba el reloj y observaba de nuevo las manecillas.   Se quedaba pensativa y cómo si ese movimiento le indicara algo, al terminar sus meditaciones corría a uno de nosotros para que la acariciáramos. 
 
Puka siguió siendo traviesa, pero parecía más feliz, como dispuesta a que cada tic del segundero le diera satisfacciones.   Así de fabulosa fue mi tremenda y romántica Skippy.




 

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