viernes, 14 de septiembre de 2012

Los tesoros de Milagro

Milagro fue la perrita que acompañó a mi mamá por varios años y como conté cuando la perrita falleció, ya llegó grande a casa porque se rescató en Boca del Monte. Le compraban de cuando en cuando algún juguete pero estos desaparecían en un par de días.  No los destrozaba, no se los tragaba, sólo se evaporaban.
La pregunta de qué se hacían los juguetes se respondía culpando a los demás: mi hermano lo tiró, mis hermanas lo sacaban a la basura o mi mamá con lo distraída que es, seguro los movía sin recordar a dónde.
A veces Milagrín se robaba alguna botella de plástico de gaseosa y pasaba días jugando con ella hasta que se la quitaban, eso era lo único que le tardaba.

Los años pasaron, se cambiaron de casa y todos en algún momento dejaron de comprar esos ocasionales y escurridizos juguetes.  Pero sabiendo que es importante que los tengan para esos momentos de soledad, un día decidí donarle uno de los que mis perritos no usaban.  Era una trenza de pita de colores, estaba casi nueva y al final de la canasta, mis hijas caninas ni siquiera notarían la falta.  Fui a casa de mamá acompañada de Greka y se lo entregué a Milagro.  Lo recibió emocionada, pero Greka se molestó y quiso tomarlo de regreso.  Mila se estiró sobre la trenza y la tapó con su cuerpo para esconderla sin causar problema y mi perrita me insistía que ahí había algo suyo.  Pero al ver que yo no le hacía caso sólo suspiró y se dio la vuelta para irnos de ahí.   Milagro se quedó jugando sobre la cama y con la trenza, se escuchaba la emoción que tenía y quedé satisfecha, le había gustado tanto que tal vez ese juguete duraría.  Días después, la trenza ya no estaba.


Un día mi mamá llevó a un albañil para que cementara justo en la entrada del jardín a forma de corredor y esa tarde me llamaron para que fuera a ver algo.

El señor había picado la tierra para hacer la base y fue cuando encontró: juguetes enterrados, a una considerable profundidad.
Todo ese tiempo Milagro escondió los juguetes. Me imagino que por el recuerdo de su vida en la calle tenía miedo de perder sus pertenencias importantes.  Los hoyos que hizo los tapó como experta y sí, alguna vez le notamos las uñas con tierra pero nada que indicara el arduo trabajo que realizaba cuando nadie la miraba.  Así cuidó ella sus tesoros.
Por cierto los días siguientes que trabajó el albañil hubo que encerrarla porque después del descubrimiento lo único que quería era morderlo.

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