¿Por dónde iba? Ah, sí: ya entramos a las historias de Greka.
Mi chiquita tenía un juguete favorito, un hueso de peluche verde. Lo cargaba para todos lados y como este tenía un pito que al oprimirlo chillaba, cada vez que deseaba llamar la atención lo mordía para que sonara, sonara y sonara. ¿Me doy a entender? De veras lo sonaba.
Nos sorprendía la habilidad que tenía para hincarle el colmillo sin romperlo, hasta que un par de años después sucedió lo inevitable: se le pasó la mano. Digo, el colmillo.
Siguió acarreándolo de un lado para otro, es más, en esos días nos lo tiraba a la cara o lo colocaba en nuestras manos. Entendimos que deseaba que lo arregláramos, cosa que no hicimos por dos razones, no teníamos repuesto y se sentía bien no escuchar el wichi wichi que salía del muñeco todo el tiempo.
Greka era una perra pequeña pero para nada tonta, el descanso sonoro duró apenas una semana y comenzó de nuevo; no tan agudo como solía escucharse pero sonaba.
No fue un milagro, fue ingenio de Greka. En algún momento, sin querer, encontró cómo hacerlo. Ella razonó esa casualidad y cada vez que deseaba volvía a sonarlo.
¿Cómo? Se preguntarán. Verán, colocaba el colmillo justo en el agujero que tenía el huesito y el wichi wichi empezaba
Sabía muy bien cómo agarrarlo, si por la prisa se equivocaba, reacomodaba el peluche y en segundos el juguete se oía.
Esta técnica la realizó por años, hasta que el huesito se rasgó y se salió el pito. Para entonces ya teníamos varios repuestos, de los muñecos a los que Skippy les realizaba pititomía (término con el llamamos al hecho de que Skippy abría los peluches para sacarles el pito), así el juguete fue reparado y Greka continuó brindándonos sus conciertos, para deleite o no, de nosotros.
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