Una práctica que realizamos en casa, justo antes de salir, es contar los perros que tenemos a la vista. A Musa no se le incluye en el conteo, desde hace unos años ella no se acerca a la puerta al menos que se le obligue con correa. Será la ceguera, falta de fuerza por la edad o simple sensatez. Así que sabemos que, a la hora de salir, Musa estará en su cojín o tomando el sol en el patio.
Con los Cuachuchitos es otra historia. No es que se escapen al ver la puerta abierta, es que tienen la costumbre de esconderse y quedarse encerrados en dormitorios o closets. Entonces para evitar que se queden donde no deben, contamos y si alguno hace falta revisamos hasta encontrarlo y asegurarnos que está bien.
Uno, dos, tres. Parte de mi sigue pensando en el número cuatro. En una milésima de segundo pienso: ¿Y ahora en dónde se metió Perseo? Y en el mismo instante recuerdo que no debo buscarlo. No tengo más un cuarteto de jóvenes Cockers.
El dolor que me ha causado la muerte de mi perrito regresa y la falta de sus ojos traviesos hace que los míos, no puedan contener las lágrimas.
Mañana, tal vez, no lloraré tanto como ayer y sonreiré ante el recuerdo de sus malcriadeces, su ladrido ronco y sus movimientos felices.
Uno, dos, tres…, en voz alta. Cuatro, pensaré.
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