sábado, 11 de junio de 2011

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El viernes pasado antes de ir a casa de Horus, llevamos a Perseo, uno de nuestros Cuachuchitos, al veterinario.
Tenía días de estar enfermo, no era raro en él, tenía problemas digestivos.  Se le dio su medicamento y tuvo cierta mejoría pero seguía extraño y por eso lo llevamos a revisión.
A simple vista, a pesar de lo decaído que estaba, la doctora nos indicó que entre todo lo que le pasaba, era normal su condición. Y para mejor diagnóstico le sacaron muestras de sangre.

El sábado por la mañana, la agitación que Perseo tenía era más fuerte, revisé sus ojos y encías.  Estaban pálidas, nuevo síntoma.  Lo primero que se me ocurrió fue hepatitis y sin terminar de pensarlo mí esposo y yo lo subimos al auto para llevarlo al hospital.   

Sólo cuatro cuadras faltaban para llegar, un par de minutos que se convirtieron en una eternidad cuando la vida me falló.   Nunca lo imaginé, aún puedo sentirlo acostado a mis pies esperándome a que termine de escribir.   Mi querido Perseo.

De nada sirvieron los intentos de resucitación, ni las mías mientras llegábamos, ni las del personal del hospital.  El equipo médico sólo demostró la falta de signos vitales.
Ni en un millón de años se me hubiera ocurrido que ese sábado, mi esposo y yo, íbamos a tener que escoger en qué parte del jardín colocaríamos el cuerpo de nuestro perrito.   
Persy Persy.  Mi siempre Perseo.

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