sábado, 23 de abril de 2011

La distracción

He estado pensando acerca de qué escribiría hoy pero el perro de un vecino me distrae.   Tiene tres días que está aullando, a ciertas horas, no todo el tiempo, menos mal; y juro que me pondría a llorar a la par de él, imaginando que lo dejaron sin más ni más en estas vacaciones, sino fuera porque sé que no es así.

El perro vive a dos casas de distancia de la mía pero, con las paredes delgadas y pequeños jardines que nos “dividen”, bien podría pensar que está a la par mía.
La primera noche que lo escuché me preocupé al pensar que lloraba por alguna dolencia o que le hacía falta alimento o agua.
Al día siguiente oí la conversación o tal vez sería más apropiado escribir: reclamo, que el vecino de atrás de la casa del perro hacía al “propietario”. ‹‹—Ese su perro no nos dejó dormir —dijo.››
La voz del molesto reclamante era tan alta que sólo tapándome los oídos era posible dejarlo de oír.  La respuesta no fue audible, al menos hasta mi casa.  Así me enteré de dónde provenía el llanto y además de que, ahí sí había un humano.  
Me sentí tranquila por el perro, aunque cada vez que comienza a llorar lo hace tan ahogado y ronco que da pena y sólo puedo pensar en consolarlo.

El aullido ha cesado por el momento.  Si continua será por dos días más, que deseo que no pasen, esta calma en la ciudad es una verdadera vacación.

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