viernes, 4 de marzo de 2011

Milagro

No recuerdo bien, fue en agosto o septiembre del año 2004.   Mi madre me llamó un lunes por la noche: ‹‹Hay una perra herida cerca de la tabacalera, frente a un portón, se ve que está muy mal.  Ve por ella.›› La frase me la repitió unas tres veces, la lluvia era tan fuerte que no le entendía lo que decía.  

Llamé a mi hermano, a él también le había avisado, tal vez él ya había ido por la perra; era una esperanza tonta, sabía y sé que él no recogería a ningún animal ni por mandato oficial.  Son acciones que no se pueden obligar.  ‹‹Ya fui a ver, pero no encontré a ninguna perra›› me respondió.  Quise creerle con tal de no salir, pero luego de media hora de estar escuchando a mi conciencia salí a buscar a la herida.   
La lluvia continuaba (no había parado de llover en varios días) y con lo oscuro que estaba tuve que dar varias vueltas en el auto, siguiendo las señas que me había dado mi madre.  No la encontré. O no estaba ya o no entendí las indicaciones.  Llamé a mamá para avisarle, y por el tono de su respuesta supe que no me había creído.  Fui juzgada como lo hice con mi hermano.
El jueves la vio de nuevo y esta vez ella la recogió, me contó que estaba en el mismo lugar y que le costó mucho meterla al carro, por todos los perros que la rodeaban y por la que peleaban.     

Al siguiente día la llevamos al veterinario y fue cuando la observé, me sorprendió ver un ser así: muerta en vida.  Era menos que un zombie o lo que esto signifique, era como un maniquí mal hecho de lo maltratada que estaba.  La herida de la que hablaba mi mamá era una pata quebrada por un bus.  Pero esto no era nada, comparado en la falta de salud y voluntad que tenía el pobre animal.   
Según explicó el veterinario (lo poco que recuerdo), la perra estaba en shock, tenía una avanzada infección en la matriz, lo que provocaba que pareciera estar en celo.  Le realizó una cirugía de emergencia con muy pocas posibilidades de que sobreviviera.

Milagro, nombró mi madre a la perra.  Y a pesar de lo mucho que afirmó que no la dejaría subirse a los muebles, Milagrito se fue haciendo su lugar, primero una pata en la cama, luego  dos y lo más cómico fue cuando subía sólo su pecho y las piernas le quedaban colgando.   En semanas se había ganado la amistad de la otra perra que tenían en la casa, Laica.  Y desde que llegó se robó el corazón de mi madre.  

Fue una perra juguetona, cariñosa y entendida.  Una gran compañía, me imagino que compartió secretos con mi mamá de los que nunca me enteraré.   Pero lo que más agradecí siempre a Mila Mila, como yo le decía de cariño, fue que por ella vi una mirada de infantil felicidad en mi mamá.

Milagro murió el domingo 27 de febrero de este año.  Te quiero mucho Mila Mila.


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