viernes, 18 de marzo de 2011

El shusho


El perro vagaba del otro lado de la entrada a la colonia Santa Fe, se miraba como un Beagle, un poco más alto alto.  Olfateaba un rastro, pero lo noté asustado.   Me dirigía a mi casa, que estaba a pocas cuadras y preocupada que le sucediera un accidente comencé a llamarlo.  Se subió al auto y cuando llegué a mi hogar, con desilusión de que no era la suya se bajó.

Llamé a mi esposo para avisarle de la visita y así cuando regresara no abriera el portón, no fuera que el perro escapara.   Coloqué agua y comida.  Mis perras estaban agrupadas en la puerta de la sala, esperando la oportunidad para salir al garaje y ¿conocerlo? ¿Amenazarlo?  Sabía que esas tres en grupo no eran de fiar.  


Luego de atender al invitado (que con seguridad estaba perdido) y descansada, caí en la cuenta: lo había hecho de nuevo, un perro más de quien preocuparme.   
Tenía que buscar su hogar, llamar veterinarias, poner volantes, lo que fuera.

Salí a revisarlo.  Era cariñoso, educado, estaba bien cuidado, calculé que tenía unos siete u ocho años, macho y de ¿raza? ¿mezcla de Beagle? Al pensarlo mestizo, con apatía busqué un tatuaje en las orejas.  Sí, si tenía uno, pero uno de los números apenas se entendía.
Entré a buscar el número de teléfono de Acangua, y mientras lo hacía buscaba en el Internet imágenes de razas parecidas.  

A quién atendió el teléfono, de la oficina de Acangua, di el número del tatuaje avisando que no se entendía el último dígito y que parecía un Beagle.  —Es como el de las imágenes de cacería Inglesa. No es Fox Hound, porqué lo que he encontrado de esta raza indica que sería más alto —Añadí.  
Me informaron que buscarían los datos y me llamarían de vuelta.

Así lo hicieron un par de horas después.  Lo normal, era hora de almuerzo cuando llamé.
—Fíjese que el número que me dio, no corresponde a Beagles —dijeron.
—Si como le dije, parece uno y del número no estoy segura porque no se entiende sí es seis, tres o un ocho.  El final está borroso —Respondí con ansiedad.
—Permítame un momento en línea voy a verificar… —Unos minutos después—: Podría ser un Britain Harrier, es la raza que sí da con la descripción y el código probando con él último número.  Esté es el teléfono. —Agradecí la ayuda.  Apunté los datos y llamé apresurada.  

No recuerdo bien qué pasó, creo que no respondieron, pero continué probando.  Dos días pasaron y al fin me comuniqué con la “dueña”.  Una señora amable, quien se escuchaba preocupada.  —Sí, vivimos en Elgin, creo que se escapó por el barranco, así llegó a la hincapié.  Lo habíamos estado buscando. Muchas gracias por cuidarlo, hoy por la tarde enviaré a mis hijos por él.

Tocaron la puerta.  Salí.  Un joven de unos 18 años y la que me imagino era la hermana, un par de años menor, esperaban desconfiados en la banqueta.  Se les notaba miedo, tal vez a que se sentían expuestos al lugar, que no era una colonia cerrada, como ellos estaban acostumbrados.
—Buen día —saludó el joven— ¿Es aquí en donde está el shusho? —preguntó tal y como lo escribo. Con ese acento rebuscado que usan algunos jóvenes.   Sí esa forma de hablar, con mueca forzada en la boca.

—¿El perro? —respondí, preguntando para asegurarme que no había escuchado mal.
—Sí, el shusho perdido —asintió, diciéndome el nombre que ya no recuerdo.
—Sí, aquí es. Y lo entregué.

La hermana lo recibió con alegría, le hizo caricias que el perro recibió de la misma manera que las mías: con amabilidad. A diferencia de cuando le entregó el perro al chofer que los llevaba, la reacción fue de euforia por parte del perro.  Lamía al chofer, se le tiraba encima, creí que la cola estaba a punto de zafarse, por tanta felicidad.

—Gracias oye.  Mire ¿le debemos algo? —preguntó el hermano.
—No.  No es nada.  Cuando lo puedo hacer es porque espero que, si algún día les sucede algo a los míos, alguien, tal vez, les brinde las mismas atenciones, mientras los encuentro.

Se despidieron y yo del shusho, aliviada de haber encontrado su hogar.

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