viernes, 11 de febrero de 2011

La promesa

No recuerdo de dónde se me vino la idea, sólo sé que le decía a Consentida: ‹‹Te llevaré a conocer un lago algún día.  Te llevaré a Amatitlán.›› Y mientras lo decía me imaginaba rentando un bote para remar lejos de la gente y descansar con ella a mi lado.  Yo llevaría un libro que tal vez no leería, por estar observando las expresiones de mi perra al estar rodeada de tanta agua.

Crecíamos juntas y agregué a la idea: colocarle a Consentida un salvavidas, sólo, sólo por si acaso ella decidiera tirarse en un descuido mío.   Mi madre, sin saber que era para la perra, me compró el salvavidas y no comprendió porque me había decidido por uno tan sencillo cuando el que me ofrecía era uno de chaleco. Pero el que yo había escogido podía adaptarlo para que Cony lo usara. 
‹‹Cuando tenga carro te llevo.›› Agregué a la frase que ya consideraba una promesa.

Celebramos cumpleaños y Años Nuevos.  Llegó el momento en el que podía disponer de automóvil y continué ofreciendo el viaje sin decidirme a hacerlo.  Para entonces ya estaba Skippy y yo me preocupaba por la seguridad de las dos perras.

Un día, con Rk decidimos ir a la playa de Monterrico y mi frasecita -ya rayada- salió de mi boca al despedirme de las canes: ‹‹La próxima será chicas, hoy no.››
—Y porqué no las llevamos —preguntó Rk.
—¡Qué! ¡Estás loco! Les puede pasar algo.
—¿Qué les va a pasar? Van con nosotros, llevamos correas.
—¿Y si no encontramos hotel que nos acepte con perros?
—Nos regresamos hoy mismo.

Su propuesta era razonable, pero yo acepté sin ganas, sólo porque no tuve como rechazarla.  Subimos al auto: mochilas, hielera, agua extra, platos y comida para perros, además de las perras; quienes sin tener idea de hacia donde nos dirigíamos, estaban emocionadas como siempre que veían las correas.  Y el salvavidas que por tanto tiempo había guardado se quedó refundido entre el closet.

Rk manejaba, a mí me tocó llevar las Cocker en las piernas (íbamos en pickup), y en el camino le explicaba a Cony que no sería un lago el que conocería al fin, sería algo más grande: el mar. 
A pesar del escepticismo que tenía por llevarlas, estaba alegre por ellas.
Tres horas después llegamos al embarcadero de La Avellana. 
Las perras me jalaban para todos lados, querían conocer, ladraban en señal de felicidad, saludaban a los perros que pasaban por ahí.   Nos acomodamos en el ferry y comenzamos el trayecto que nos llevaría a: ¿un par de horas en la playa? o ¿un fin de semana con perras cubiertas en arena?...

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