viernes, 18 de febrero de 2011

La promesa (Parte final)

Bajamos del ferry con perras y demás, caminamos hacia la playa para buscar desde ahí hotel.   Encontramos uno más rápido de lo que pensamos, eran bungalows.  Luego de acordar el precio y asegurarnos de que aceptaran a las Cocker, nos acomodamos.   No podía creer la suerte que teníamos, y la pena de regresarnos el mismo día, se me fue.

Había una pequeña piscina en frente de nuestro bungalow, nos moríamos de las ganas por ver si las perras se animaban, pedimos permiso.  El guardián nos respondió: —No hay nadie más en el hotel, pueden usarla con las perras, pero el dueño viene mañana por la tarde asegúrense de que no las vea dentro de la piscina, yo me encargo de limpiarla cuando él venga.
Agradecimos su amabilidad, creo que él también tenía curiosidad por saber qué harían.  Nos pusimos las calzonetas y nos tiramos, junto con nosotros se tiró de panzazo Skippy, quien nadaba hacia la orilla para volver a tirarse.  Consentida como siempre, precavida, nadaba a la par de la grada que le llegaba a las patas, sin tirarse o salpicar siquiera.

A media tarde fuimos a caminar por la playa, las perras contemplaban el océano y yo a ellas, me recordó la primera vez que siendo niña había conocido el mar, la misma mirada de inocencia y admiración.
Aprovechamos la luz para chapotear con las perras en el mar, corrimos, jugamos pelota y cuando al fin nos cansamos nos sentamos los cuatro a ver el atardecer.
La promesa había sido al fin cumplida.  No lo fue por mí, sino por la insistencia de Rk, a quien siempre agradeceré por ello.

Al regresar, en el hotel seguíamos siendo los únicos huéspedes, así que continuamos en la piscina, de la que Skippy se había hecho fanática.

Pasamos un grato fin de semana y era momento de regresar.   El ferry avanzaba con esa velocidad que siente uno que no es tanta.   Yo llevaba a Cony en mis piernas y miraba a Skippy con cara de quiero hacer un clavado.
—Agárrala bien, porque se quiere tirar —le dije a Rk
—La llevo con la correa. No lo va a hacer, cómo crees —respondió burlón de mi idea.
—Sé lo que te digo porque…

Y la perra se tiró.  La habilidad del lanchero para maniobrar el motor y la correa sujetada por Rk, impidieron que Skippy fuera lastimada o peor.  La subimos de regreso, sólo estaba mojada y muy sonriente, había hecho lo que deseaba.

Ya en casa, luego de descargar el pickup, nos tocó el trabajo pesado: bañar a las perras hasta que logramos sacarles la arena.
Por varias noches las perras soñaron, me imagino que sería que nadaban y corrían en la playa, porque dormidas sus patitas y colas se movían más de lo acostumbrado.

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