viernes, 21 de mayo de 2010

¿Un héroe?

No sé  hace cuantos años hará, pero sé que era fin de semana por la falta de vehículos en las calles. Transitábamos con mi esposo  al principio de la Aguilar Batres, vimos a un perro negro, peludo, a la orilla de la calle, se observaba de respiración agitada.  De inmediato retornamos en la siguiente cuadra para estacionarnos y darle ayuda al animal.  No imaginé que estaba tan mal.

Mientras llegábamos, una camioneta hacía parada,  se bajó un grupo de jóvenes; ellos subieron al perro a la banqueta.  Nos acercamos al can y por un momento tuve esperanza, hasta que vi que le salía líquidos por la nariz y la boca.  Los muchachos decían que sintieron los huesos molidos al subirlo a la acera.  La mayoría del grupo se fue.  Nosotros nos quedamos  pensando en cómo subirlo a nuestro auto sin lastimarlo más.
El perro murió en ese minuto.  Agradecí, en mi mente, la muerte que, sino fue instantánea tampoco fue más larga. Comenzaba a llenarme de enojo por lo sucedido, cuando de las personas que quedaron un hombre se nos acercó.  Enojado y con palabras arrastradas preguntó:

—¿Ustedes atropellaron al perro? ¿Por qué lo hicieron?
—No fuimos nosotros, queríamos ayudar.  ¿Era suyo? —Y nos alejamos por el aliento a licor tan fuerte que le sentimos.
—¿Qué? ¿Era de ustedes? Todavía lo podemos salvar. —Y mientras lo decía, como héroe se abalanzó sobre el perro.

Respondíamos que no era de nosotros, le explicábamos que ya había muerto, pero  el borracho por su buen corazón o  exceso de alcohol (tal vez ambos) se agachó para darle respiración de boca a hocico al peludo cadáver. 
Los que presenciamos el acto, no podíamos creer lo que veíamos. Tratábamos de detenerlo pero él prosiguió (sin que pudiéramos interrumpirlo) al menos por cinco minutos, y cada vez que él tomaba aire decía: No hay que parar. Ya merito.  Ya se va a poner bien.
Escuché que alguien dijo: —Si el perro no estuviera muerto, lo estaría deseando ahorita.

Al fin se detuvo y levantando los brazos y viendo hacia el cielo gritó: — ¡No! ¡Pobre perro! No se pudo ¡Pobre perro! ¡Se murió!
El hombre estaba desconsolado, abrazaba al cadáver.  Y pasado un momento se levantó.
Los espectadores comenzaron a irse, algunos con risa y otros con repulsión, y nosotros antes de hacerlo nos despedimos del buen hombre.  Pero él indignado nos detuvo y dijo:

—¿Y qué? ¿Lo van a dejar aquí? ¿No que era de ustedes pues? —preguntó molesto.
—No señor. Tratamos de decirle que no era de nosotros. Quisimos auxiliarlo y por eso nos detuvimos.  No sabemos a donde llevar el cuerpo del perrito, no conocemos al dueño tampoco.  Que tenga buen día. —Seguimos caminando. ¿Qué otra cosa podíamos decir?
—Al menos dense algo para el sabor de boca que me quedó ¿no? —Solicitó, ya con la mano extendida. El argumento nos pareció válido.

Luego, vimos como se dirigía con pasos tambaleantes, a una cantina al final de la cuadra; o quién sabe tal vez vivía por ahí.

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