viernes, 19 de abril de 2013

Reeducación

Mi dulce Grekita,  consentida y amada por todos; al fin y al cabo era la más pequeña y por eso la tratábamos como una princesa, humanos y perras.  Pero Greka no era una princesa soberbia, la Cocker tenía una educación innata que hizo que nosotros, sus padres humanos, nos avergonzáramos de nuestro comportamiento.

Sería la familiaridad, las prisas, la juventud, qué sé yo, pero en algún momento perdimos la costumbre de darnos las gracias al terminar de comer y eso que estábamos recién casados. Sólo nos sucedía en privado y no nos hubiéramos percatado de no ser por Greka.  Como siempre (luego de aprender por Grekita que así debía ser) a nuestras perritas les manteníamos sus platos servidos, y cuando nos sentábamos a comer ella también lo hacía.  Terminábamos, recogíamos la mesa y también la pequeña Cocker, se alejaba de la comida, tomaba agua y se acercaba a cada uno de nosotros, llamaba nuestra atención con suaves ladridos hasta que la cargábamos o nos postrábamos ante ella y entonces nos daba una suave lamida.  Rk, Skippy, Musa y yo recibíamos las gratitudes de nuestra consentida.

Un día Rk me dijo: ¿ya te diste cuenta? ¡Greka da las gracias y nosotros no! 
Por supuesto que desde ese momento volvimos a la regla básica.  Una vez más nuestras hijas caninas nos reeducaban.  Cukita (Greka) es ahora un angelito, pero sus educados genes sobrepasaron la muerte, porque sus hijos han sido igual de formales y agradecidos.

Menos mal tuvimos la suerte de tener una encantadora de humanos, y a sus hijos como hermosos recordatorios.

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