Fuimos a  votar a media mañana y satisfechos regresamos a casa.   Mi esposo  manejaba y yo de copiloto, un movimiento proveniente de las calles de la  zona 14 llamó nuestra atención, un perro grande corría o mejor digo  galopaba sin preocupación, atravesándose la avenida Las Américas hacia  la zona 13.  Entre cerramos los ojos, por el golpe inminente que  asumimos le daría la camioneta que iba adelante de nosotros.   Ese  chofer resultó ser de los pocos que sí aprecian las vidas de los perros y  todavía vimos el bus tambalear por el giro que le dio para evitar  pegarle al can que, ni cuenta se dio.
Rk dobló en la cuadra hacia  donde el perro se dirigió y en la banqueta lo encontramos parado, con  la lengua de fuera y algo desorientado.  —‹‹Llevémoslo.  Este anda  perdido›› —me dijo Rk.
No respondí, con el auto detenido frente al  perro, me bajé y dije: ‹‹Entra››.  Lo hizo, se sentó en el sillón de  atrás y fue cuando observé en realidad que tan grande era el animalito  que acabábamos de recoger.   A pesar de lo amigable que era, creo que es  la primera vez que he sentido cierto temor por un perro.   Tal vez fue  su tamaño lo que me impresionó, la mirada o cierto gesto; pero no  mereció mi desconfianza.
En casa revisamos la cadena que llevaba  al cuello, un eslabón extra y colgante nos advertía que una medalla  había sido perdida.  Le tomamos fotos, imprimimos volantes y salimos de  nuevo a recorrer Las Américas con todo y “perrito”.  
En el camino  mientras preguntábamos si lo reconocían, un señor nos dijo: ‹‹¡Pero que  bello Rodesiano!››.  Nunca había oído de la raza antes y por lo que nos  explicaron, en el auto llevábamos a todo un ejemplar.
El martes,  día que todos ya laboraban sin excepción, llamamos a veterinarias;  ninguna tenía por paciente a un perro así.  Tres días más pasaron y ni  señas de encontrar a la familia.  La comida de un mes de nuestras perras  apenas alcanzaría para terminar la semana, porque nuestro invitado  tragaba igual que su tamaño. 
Lo sacamos un par de veces más para ver  si reconocía alguna área en especial, lo llevamos hasta carretera a El  Salvador y lo que aprendimos fue que el perro se emocionaba con todo.
Fue  una semana cansada, tanto física como emocional. Teníamos que estar muy  atentos al abrir la puerta de la sala para evitar enfrentamientos con  las Cockers, sostenerlo en lo que entraba o salía uno de los autos para  que no se escapara.  
Estaba a punto de perder la esperanza de  encontrar a los protectores del Rodesiano, cuando por necedad volví a  llamar a las veterinarias.  En una de la zona 14 tuve la suerte que me  contestara el doctor y  no la asistente como la primera vez.  Le expliqué lo del rescatado y me  dijo que sí, él tenía un paciente de esa raza.  Me pidió mis datos,  volvería a llamar luego de comunicarse con la familia del perro, tal vez  era el de ellos.
Unos minutos después llamaron por teléfono.   Daban al perro por perdido porque siempre regresaba y si no, tenía la  medalla al collar. Amonesté con cierta delicadeza a la persona con la  que hablaba: ‹‹¡Por poco lo atropellan! No dejen que se salga. Mire que  ha sido difícil encontrarlos, porque se le ha de haber caído la  medalla.›› 
Como dije, tuve suerte y también el perro, los dueños se  habían rendido desde antes de buscarlo asumiendo que tenía la  información de  su hogar.   Luego me contaron que también la veterinaria fue avisada,  acerca de la pérdida: la asistente había tomado el mensaje.
Fueron a traerlo y luego de verificar que sí era de ellos, sin recibir recompensa (como siempre hacemos)  a pesar de ser ofrecida , ni pago por alimento (algo que sí debimos  solicitar por lo que comió) entregamos al grande y dulce perro llamado  Zulu.