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viernes, 8 de abril de 2011

Laica

Hace unas semanas escribí que Milagro había muerto.  Para pensamientos prácticos esto significaría que hay espacio para otro perro, luego del luto.  Ahora relataré porqué esa idea es improbable:

Mi madre se mudó al lugar en donde ahora vive hace casi dos años ya.  Con desgano se acomodó lo mejor que pudo junto con Milagro.  La casa estaba descuidada, con apenas cerca perimetral y monte que llegaba al cuello.
A las dos semanas de estar viviendo ahí comenzó a llegar una perra sin hogar, con cara de Pitbull, manchas de Boxer, cuerpo de quién sabe qué y con la mejor disposición a hacer amistades.
La perra se acercaba a los barrotes que la separaban de Milagro lo más que podía.  Le movía y removía la cola, se le acostaba de panza y hacía miradas de inocencia eterna. 
Al principio, Milagrito era un hígado con patas, gruñía, ladraba y amenazaba a la intrusa.  Mi madre por sus ocupaciones y el cambio reciente no prestó atención y al ver que la otra sólo trataba de hacer amistad se limitó a proporcionarle comida cuando llegaba.  Era necesario, estaba desnutrida.

De decir: “la perra que viene”, “la chucha”, “la perrita”, a llamarla: “Laica” pasó en días, así como que a Laica le agarrara la tarde para irse de donde venía y de cuando en cuando comenzara a quedarse a dormir entre el monte de la propiedad.
Una noche, me contaron, que se escuchó en la calle una trifulca de perros.  Laica no llegó por dos días, mi madre se preocupó y con un par de trabajadores fueron a buscarla.  La encontraron al fondo de un pequeño puente, estaba atrapada y con heridas de mordidas.  Tuvo mucha suerte, era invierno pero no había llovido.   Sacarla requirió de mucho esfuerzo y creatividad.
Entonces fue cuando mamá entendió que había “adoptado” perra sin saberlo y resignada le colocó una casa canina.  

Laica se recuperaba de manera admirable, Milagro ya estaba menos molesta con su presencia.  Y luego de quince días en que dejé de ir a visitar a mamá y volví a ver a Laica, sólo me quedó decir: ‹‹Vas a necesitar periódico viejo, porque esta perra pronto va a parir››
Pensé que aún faltaba una semana, pero fue al día siguiente.   La idea que habíamos hablado días antes, de operar a la perra, por supuesto se pospuso.  Ella había llegado embarazada.

Para la felicidad de Milagro que fue una especie de niñera de perros, Laica tuvo siete cachorros y como en aquella canción infantil (que nunca entendí cuál era la gracia que se hubieran muerto todos) uno murió, a otro se lo robaron, otro fue adoptado y a los cuatro restantes, como las personas que decían querer uno no convencieron a mi mamá, se quedaron viviendo ahí.  Unos son peludos, otros pelo corto, de diferentes colores y alturas nadie creería que son hermanos.  Se han apoderado del espacio, ni un humano y menos un perro desconocido puede entrar a la propiedad.   Son dulces, con mamá.  Al menos está bien cuidada.
Así que como verán, por esa jauría territorial es más práctico no pensar en llevar otro perro. 
 

viernes, 6 de agosto de 2010

Quien quiera un perro, que lo busque

Todos los días me tengo que repetir: No puedo rescatarlos a todos.   No me es sencilla la frase, y menos, cuando veo a un perro necesitado, dejarlo.  Pero en realidad no puedo, y sé que muchos amantes de animales pasan por lo mismo.  Hasta las pocas  asociaciones de ayuda a los animales tienen problemas de espacio y economía.

Hoy vi por la Colonia Santa Fe, un Cocker Spaniel, en una de esas rápidas vistas, que se dan mientras se maneja hacia el trabajo.  Considerando su tamaño tiene unos cuatro a cinco meses de edad.   El pobre animal tiene sarna en partes de su piel, y sin mucho adivinar no tiene un hogar.  Vagaba por las calles entre la Colonia mencionada y la Avenida Hincapié. 
No dejé de pensar en él en todo el día, preguntándome ¿Cuántas personas habrán optado por comprar un perro hoy? Porque era pura raza, porque era cachorro.  ¿Cuánto habrán pagado?  Estoy segura que el valor fue mayor que los costos de medicamento, que el Cocker sarnoso necesita.

No fue un buen día, ya que por la tarde, en la subida hacia el Centro Comercial Metro Norte desde la Calzada de la Paz, un perro Boxer adulto se adentraba al barranco, y lo que mi esposo confundió con un calcetín, era la pata trasera aplastada y morada por la que cojeaba.
Alguien pagó por ese perro. ¿A alguien se le perdió ese perro?

Como escribí: No fue un buen día, pero para mí, sólo por la impotencia de no poder hacer algo por ellos.  Quién sabe, tal vez mañana alguna persona que desea un cachorro de Cocker Spaniel, lo buscará y llevará a su casa.  Y tal vez, ese Boxer sea encontrado por quienes lo buscan.   Pero estos finales felices sólo suceden en los cuentos de hadas o cuando todos ponemos de nuestra parte.  

La conciencia no me dejó y fui a buscar al cachorro. Ya no lo encontré.

viernes, 28 de mayo de 2010

Un perro vecino

Los vecinos de la colonia en donde viví mi infancia, tenían dos perros de avanzada edad,  uno de ellos era un Viejo Pastor Inglés y el otro (no recuerdo con exactitud que raza era, aunque Boxer es lo que me viene a la mente) murió un año después que mi Popeye.
Para hacerle compañía al Pastor compraron otro can.  Este no era de raza, su hocico alargado le negaba ser reconocido como un Labrador negro.

No sé, si sería por el recuerdo de mi perrito o que la caricatura estaba de moda pero también lo nombraron Popeye.  Él era un perro malhumorado, no le hacía caso a nadie en su casa, y cuando se salía en esos descuidos del portón, menos. A doña Juanita, la vecina, era a la que le prestaba un poco de atención a lo que ella decía, pero al final el perro decidía qué hacer.   
Popeye, sin embargo, tenía cierta debilidad conmigo, y por su comportamiento hacia mí yo lo consideraba cariñoso y obediente, nunca me gruñó y siempre me obedeció.

Con los años nos mudamos, y sólo lo vi  las pocas veces que llegábamos a visitar los vecinos, luego supe que había muerto de anciano.

Hace un mes fuimos con mi mamá a la colonia, ahora tiene las cuadras cerradas y un único ingreso con garita,  las casas ahora viejas, se ven de aspecto triste.  Buscamos a los antiguos conocidos y en ese momento nos enteramos que doña Juanita había fallecido hacía pocas semanas.
En cuanto lo supe, recordé con cariño, las varias veces en que la señora tocó el timbre de mi casa y dijo: —Doña Carmencita, me haría el favor de decirle a la nena: Si puede salir para que entre a Popeye. Porque se salió otra vez.